HABANA-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) Los albores del metodismo en Cuba se pueden ubicar a finales del siglo XIX. En el año 1868 elo país se encontraba envuelto en sus luchas independentistas y bajo una gran agitación política.
Para los inicios de la Guerra de los Diez Años una cantidad considerable de cubanos habían emigrado hacia los Estados Unidos por razones diversas. Muchas familias se establecieron en La Florida y en otras ciudades como Nueva York, Nueva Orleans, Key West y Filadelfia. Estos exiliados se convirtieron a la fe cristiana en los Estados Unidos.
La Iglesia Metodista de Cayo Hueso comenzó un programa evangelístico para alcanzar a los grupos procedentes del país, considerando que eran verdaderos “Campos Blancos para la Siega”.
Para esas instancias se nombró al Rdo. José Vanduzer, quien trabajó en el ministerio hasta que, víctima de la fiebre amarilla, falleció. Sus últimas palabras fueron: “No abandonen la misión cubana”.
El programa evangelístico emprendido logró éxitos bien notables, de los nuevos conversos salieron los primeros misioneros que evangelizaron nuestro país en este período tan difícil de la historia. Muchos de los ministros exploradores que iniciaron sus labores en el país, provenían de congregaciones de lengua española como bautistas, episcopales y metodistas.
A pesar de todas las regulaciones existentes en aquel entonces en cuanto al establecimiento oficial de iglesias no católico romana, el protestantismo se abrió paso. Algunos de los misioneros llegaron en el período de la guerra de 1895 y se identificaron con las gestas independentistas, otros llegaron bajo el título de colportores bíblicos realizando labores de evangelismo sin trascender dentro de la sociedad.
En el año 1883 la Conferencia Anual de La Florida reunió fondos con el objetivo de enviar a los jóvenes Enrique Benito Someillán y Andrés Silveira a La Habana. El objetivo era establecer la obra en el país, pero se hacía necesario explorar el terreno que hasta entonces no había sido más que un anhelo en el corazón de unos pocos cubanos exiliados en el Norte. Ellos sólo regresaron a su tierra cuando las condiciones socio-políticas de la Isla así lo hicieron posible.
Someillán y Silveira establecieron la primera capilla metodista del país en agosto de 1883, en un salón del hotel Saratoga, bondadosamente cedido por su dueño. La edificación habanera se encontraba ubicada en la calle Galiano entre Zanja y San José. Fue este el lugar escogido por Dios para que Enrique Benito Someillán pronunciara las hermosas y esperanzadoras promesas de nuestro Señor Jesús a muchos cubanos ansiosos de un nuevo despertar de la fe cristiana.
Los cultos resultaron ser muy concurridos, según nos recoge Neblett en su libro Cincuenta Años de Metodismo en Cuba: “La prensa liberal y la opinión ilustrada acogieron con las mayores muestras de simpatía y el más vehemente entusiasmo al joven Someillán, que con frases galanas y apropiados sermones, atraía la atención general con actos de espontánea y verdadera claridad, demostrando verdaderos sentimientos cristianos”.
El trabajo misionero continuó y se extendió al cesar la dominación española en 1898. Con una visión profética muchos siervos de Dios se percataron de la oportunidad de abrir nuevos campos misioneros. La misión iniciada por Someillán y Silveira quedó en manos de nacionales y funcionaba bajo un decreto de tolerancia, emitido por el gobierno colonial, pues existió una ley durante este período que impedía las prácticas de cultos ajenos al católico romano y el establecimiento de iglesias protestantes entre otras confesiones religiosas.
Para los inicios de la Guerra de los Diez Años una cantidad considerable de cubanos habían emigrado hacia los Estados Unidos por razones diversas. Muchas familias se establecieron en La Florida y en otras ciudades como Nueva York, Nueva Orleans, Key West y Filadelfia. Estos exiliados se convirtieron a la fe cristiana en los Estados Unidos.
La Iglesia Metodista de Cayo Hueso comenzó un programa evangelístico para alcanzar a los grupos procedentes del país, considerando que eran verdaderos “Campos Blancos para la Siega”.
Para esas instancias se nombró al Rdo. José Vanduzer, quien trabajó en el ministerio hasta que, víctima de la fiebre amarilla, falleció. Sus últimas palabras fueron: “No abandonen la misión cubana”.
El programa evangelístico emprendido logró éxitos bien notables, de los nuevos conversos salieron los primeros misioneros que evangelizaron nuestro país en este período tan difícil de la historia. Muchos de los ministros exploradores que iniciaron sus labores en el país, provenían de congregaciones de lengua española como bautistas, episcopales y metodistas.
A pesar de todas las regulaciones existentes en aquel entonces en cuanto al establecimiento oficial de iglesias no católico romana, el protestantismo se abrió paso. Algunos de los misioneros llegaron en el período de la guerra de 1895 y se identificaron con las gestas independentistas, otros llegaron bajo el título de colportores bíblicos realizando labores de evangelismo sin trascender dentro de la sociedad.
En el año 1883 la Conferencia Anual de La Florida reunió fondos con el objetivo de enviar a los jóvenes Enrique Benito Someillán y Andrés Silveira a La Habana. El objetivo era establecer la obra en el país, pero se hacía necesario explorar el terreno que hasta entonces no había sido más que un anhelo en el corazón de unos pocos cubanos exiliados en el Norte. Ellos sólo regresaron a su tierra cuando las condiciones socio-políticas de la Isla así lo hicieron posible.
Someillán y Silveira establecieron la primera capilla metodista del país en agosto de 1883, en un salón del hotel Saratoga, bondadosamente cedido por su dueño. La edificación habanera se encontraba ubicada en la calle Galiano entre Zanja y San José. Fue este el lugar escogido por Dios para que Enrique Benito Someillán pronunciara las hermosas y esperanzadoras promesas de nuestro Señor Jesús a muchos cubanos ansiosos de un nuevo despertar de la fe cristiana.
Los cultos resultaron ser muy concurridos, según nos recoge Neblett en su libro Cincuenta Años de Metodismo en Cuba: “La prensa liberal y la opinión ilustrada acogieron con las mayores muestras de simpatía y el más vehemente entusiasmo al joven Someillán, que con frases galanas y apropiados sermones, atraía la atención general con actos de espontánea y verdadera claridad, demostrando verdaderos sentimientos cristianos”.
El trabajo misionero continuó y se extendió al cesar la dominación española en 1898. Con una visión profética muchos siervos de Dios se percataron de la oportunidad de abrir nuevos campos misioneros. La misión iniciada por Someillán y Silveira quedó en manos de nacionales y funcionaba bajo un decreto de tolerancia, emitido por el gobierno colonial, pues existió una ley durante este período que impedía las prácticas de cultos ajenos al católico romano y el establecimiento de iglesias protestantes entre otras confesiones religiosas.
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