MARRUECOS.- ( AGENCIALAVOZ.ORG ) Fuad sonríe y toca de forma distraída la pequeña cruz de plata que le cuelga del cuello. «A mí me bautizaron en el mar», dice con una risa un tanto nerviosa. «Pero mis 'hermanos' -Fuad señala a Yunes y Amal, dos jóvenes amigos con quienes comparte almuerzo en su vivienda de Fez- recibieron el bautismo en un cuarto de baño».
Sin embargo, la última oleada de expulsiones de cristianos extranjeros, acusados de hacer proselitismo, ha puesto de manifiesto que el régimen no está dispuesto a permitir que nadie «sacuda la fe de los musulmanes», como señaló el propio Ministerio del Interior.
El pasado 8 de marzo una veintena de evangélicos de diferentes nacionalidades que regentaban un orfanato en la localidad de Aïn Leuh, en el Medio Atlas, fueron expulsados de Marruecos. Las autoridades locales les acusaron de intentar alejar a los niños del islam, violando así el artículo 220 del Código Penal, que castiga con penas de hasta tres años de cárcel el proselitismo. Las redadas continuaron en los días siguientes en puntos tan distantes como Marrakech o Larache. Oficialmente, se ha obligado a salir del país a veintisiete personas, aunque algunas fuentes como la Alianza Evangélica Española elevan hasta setenta los afectados.
«Desde entonces, la Policía me ha llamado varias veces para preguntarme sobre otros extranjeros... Intentan que suene informal, pero es un interrogatorio en toda regla», se queja Fuad. Tanto él como su mujer, la sudafricana Johnetta, están acostumbrados a ver agentes de paisano sentados en el café de debajo de su piso.
Su hogar es una de las 'casas-iglesia' que utiliza su comunidad religiosa para congregarse. A pesar de existir más de setenta templos cristianos en el país magrebí, los conversos casi nunca acuden a ellos. «En las viviendas hacemos lo mismo que se hace en la iglesia, alabamos a Dios, cantamos, rezamos los unos por los otros y leemos la Biblia», explica Fuad. Los grupos son siempre reducidos, de no más de ocho personas, para no llamar la atención.
Es difícil saber cuántos conversos hay en Marruecos. Entre el revuelo que han causado las expulsiones, algunos medios locales han llegado a hablar de 45.000 cristianos. «Hay quien está interesado en inflar las cifras para convencer a la gente de que hay un problema y hacerlo explotar», asegura Matteo Revelli, párroco de la iglesia católica de San Francisco de Asís en Fez.
Algunos analistas, como el politólogo Mohamed Darif, achacan la oleada de redadas contra los cristianos al mayor control de la esfera religiosa que ha demostrado el reinado de Mohamed VI. En su intento por atar corto al islamismo radical, el Estado lucha contra el proselitismo cristiano y deja sin argumentos «a los islamistas que critican la permisividad con los misioneros evangélicos», argumenta Darif en las páginas del semanario 'Tel Quel'.
Falsos conversos
Matteo es consciente del peligro que supone acoger a marroquíes en la iglesia. «En cualquier momento te acusan de proselitismo y te cierran el templo», explica desde la sacristía. El párroco no se fía de nadie. «Muchas veces viene gente pidiendo una Biblia o me dan su teléfono para que les llame... Pero podría asegurar casi al cien por cien que son espías», dice el italiano, que atiende una comunidad de doscientas personas en Fez, todos extranjeros.
Yunes, convertido hace dos años al cristianismo, no puede ocultar su enfado. «Las autoridades nos ridiculizan y ningunean. Dicen que los extranjeros vienen a confundirnos, a jugar con nuestras mentes, incluso han llegado a decir que nos ofrecen dinero», critica el joven. «Estamos hartos. Queremos que el Gobierno entienda que nadie nos manipula. Somos marroquíes y cristianos. La iglesia marroquí existe», afirma con solemnidad.
Amal, que apenas acaba de cumplir 20 años, escucha con atención y asiente. Su familia aún no sabe que hace un mes que abrazó la fe cristiana, y teme su reacción. «No son muy practicantes, pero, para ellos, convertirse al cristianismo es una especie de traición», asegura la joven.
«Puede que vayamos a la cárcel, que nos despidan, que nos peguen, que nos persigan como a los cristianos de la Biblia. pero es un precio que estamos dispuestos a pagar para defender nuestra fe», añade Fuad. «Es nuestro derecho».