MEXICO.- ( AGENCIALAVOZ.ORG )Dos misioneros evangélicos y un maestro de primaria sobrevivieron a un asalto y secuestro de un grupo de hombres armados que se identificaron como miembros de la banda de “Los Zetas”, luego que los asaltantes descubrieran un maletín con 20 biblias en su interior, en una despoblada carretera de Guatemala
Los hechos ocurrieron el pasado fin de semana, y los sobrevivientes fueron Benedicto Orlando Hernández, pastor evangélico de Managua, de 46 años, y quien conducía el vehículo; David Paul Moore, de 50 años, misionero estadounidense de Texas, quien recién había regresado de África en misión humanitaria, y el desafortunado maestro de primaria hondureño, Ramón Abraham Erazo, de 56 años, quien venía en el bus al haber pedido un aventón en el puesto fronterizo México-Guatemala.
En su denuncia, ellos manifestaron que venían cerca de la medianoche a bordo del bus amarillo International, de esos tipos escolares, año 1987, el cual traía atada una camioneta Toyota blanca, cabina y media, sobre la carretera con destino a la frontera con El Salvador.
Interceptados
Al llegar al kilómetro 53, aproximadamente al desvío hacia la ruta a Taxisco, fueron interceptados por un vehículo tipo sedán, crema, el cual se les atravesó sobre el carril, obligándolos a detenerse bruscamente.
De las dos puertas traseras del carro bajaron tres sujetos con armas en las manos, apuntando al conductor, a quien le gritaban que abriera rápido la puerta del bus o lo mataban de inmediato.
El conductor, en este caso el pastor Benedicto Orlando Hernández, dijo que abrió la puerta de inmediato, se puso de pie y elevó las manos en señal de rendición; los armados subieron, lo empujaron hacia atrás y uno tomó el volante, mientras los otros dos se abalanzaron sobre los dos tripulantes a quienes tiraron al piso y empezaron a golpear, mientras uno disparaba al aire y anunciaba la identidad de la banda: “Somos los Zetas, pendejos”.
De acuerdo con el relato del pastor evangélico, los tres hombres eran jóvenes, vestían ropas negras y botas; iban armados de pistolas y radiocomunicadores. En el bus siguieron al carro donde viajaban dos personas más, y ordenaron a los tres pasajeros guardar silencio.
Los tipos detuvieron el vehículo en un predio a la orilla de un cañaveral. Ahí los bajaron a empujones y los empezaron a interrogar.
“Colaboren, si no…”
Que de dónde venían, que para dónde iban, qué cosas llevaban en el bus, y cuánto dinero llevaban. Las pistolas apuntando a las caras, golpes a las cabezas, y “hasta aquí llegaron sus vidas, los venimos rastreando desde México, pendejos”.
Los empezaron a interrogar. ¿Dónde está el dinero? ¿Traen tarjetas de crédito? ¿Para qué uso sería ese bus? ¿Traían drogas escondidas en el vehículo? ¿Para quién llevaban tantas cosas? El misionero americano, de poco español, recibió golpes por cada pregunta no respondida.
Luego fue el maestro hondureño, asustadísimo, suplicando que no lo mataran. Los armados repetían: Hablá, entonces, ¿eres una mula, verdad? ¿Qué traes ahí? ¿Para quién trabajas? Golpes, insultos…
“Le pedían el dinero de la cartera que le había visto sacar en la frontera para pagar el peaje, pero el hombre, al momento de ser despertado del susto, la había perdido y aturdido por los golpes, no sabía responder”, relató Hernández.
“Te crees duro, hijo de tal por cual”, golpes. Llantos del agredido. “No me maten”, repetía. “Habla entonces, pendejo”, le decían.
--Muy bien--, dijo el otro, caído y golpeado, sacando serenidad de quién sabe dónde: “debe estar dentro del bus”. Uno de ellos fue a revisar, y la encontró.
Al fin hablaron
Luego fueron donde el pastor Hernández. “Muy bien, usted, colabore y no sufrirá. Díganos dónde está la mercancía”. El hombre empezó, tratando de aparentar serenidad, pese al terror de estar frente al grupo de mafiosos más sanguinario de México y de Guatemala, empezó a responder suavemente, pero sin tratar de demostrar miedo.
“Venimos de EU”. ¿Quiénes son?, insistieron. “Somos misioneros de una Iglesia Evangélica de un barrio pobre de Managua. El americano es pastor y no sabe hablar español, por eso no les respondía. Todo eso que traemos ahí, son donaciones de objetos usados y nuevos para la iglesia. Incluyendo el bus”.
Dice que percibió un momento de confusión entre la banda, “se volvieron a ver, uno de ellos, que parecía tener el control de la célula, muy joven, no más de 23 años, dijo al otro: revisa al bus, y si no encuentras nada de cristiano, mátalos ya y vámonos de aquí”.
Aparecen las biblias
Otro, más cruel, el que daba los golpes insistió: “No, mátalos ya y vámonos, que la unidad nos espera en el punto”. Uno, dudando, se introdujo el bus, extrajo un maletín Samsonite, lo abrió delante de todos y encontró 20 biblias pequeñas acomodadas adentro.
“Se quedan viendo, se preguntan con la mirada algo como qué vamos hacer. Uno de ellos, que parecía ser el líder, llama por radio, se aleja del grupo, dice que los prisioneros son pastores evangélicos, que no llevan nada de mercancía ni armas ni mucho dinero”, cuenta el pastor, que oye preguntar al armado por radio: “¿Qué hacemos?”.
“Traten de dormir”
Llegó con la orden y agitado: “Que uno se lleve el bus con todas las cosas, que les quitemos todo lo que porten, que esperemos la señal para irnos y que los pongas a dormir”.
De acuerdo al relato del pastor, el que los apuntaba les ordenó acostarse boca abajo “para que traten de dormir”.
“Los tres pensamos que moriríamos. Yo hablé y le dije: hijo, disculpe, no tenemos sueño, no queremos dormir. Preferimos estar despiertos”. El que les apuntaba les dijo, menos irrespetuoso que antes: “Como quieran, pero están en mis manos y me han ordenado que los mate cuando terminen el trabajo”.
El pastor empezó a orar. El hondureño lloraba en silencio y el americano murmuraba, quizás oraba en su idioma. A la hora, sin medir el tiempo transcurrido, el jefe del grupo recibió una llamada, se acercó a un hombre que portaba una subametralladora y le dijo: “Subite y vámonos, no los matés”.
El que recibió la orden preguntó: ¿Y qué voy a decir? El otro le respondió: “Que los pusiste a dormir”.
Antes de irse, el que daba las órdenes se acercó al pastor, le regresó la cartera, le dio unos billetes de quetzales y le dijo: “Nos dijeron que los matáramos y así lo reportaremos, pero les dejaremos vivos, no traten de seguirnos ni digan nada a la Policía o los perseguiremos y los mataremos”.
Pasó un tiempo antes que pudieran reaccionar, casi al alba, caminaron en silencio hasta alcanzar la carretera, encontraron un local abierto donde pidieron ayuda y llamaron a la Policía. Los tres agradecieron a Dios. El monto de la pérdida, incluyendo los dos vehículos, la donación y las pertenencias personales de cada quien, supera los 60 mil dólares.