jueves, 6 de diciembre de 2007

¿Deforman inevitablemente los traumas de la niñez a una persona adulta?


Por Dr James Dobson


( AGENCIALAVOZ ) Es un hecho bien conocido que una niñez difícil deja a algunas personas heridas y en desventaja, mientras que a otras las impulsa a grandes logros y éxitos. La diferencia parece estar en función del temperamento y el ingenio que tenga el individuo.

En un estudio ya clásico titulado: Cradles of Eminence ( “Cunas de la eminencia .), Víctor y Mildred Goertzel investigaron los antecedentes familiares de trescientas personas que habían alcanzado grandes éxitos en la vida. Estos investigadores trataron de identificar las experiencias tempranas que pueden haber contribuido a alcanzar un éxito tan notable. Todos los sujetos eran famosos por sus logros; entre ellos estaban Einstein, Freud, Churchill y muchos otros.
Los antecedentes de estas personas resultaron ser muy interesantes. Las tres cuartas partes de ellos procedían de una niñez atribulada en la que habían sufrido pobreza, un hogar roto o abusos por parte de los padres. Una cuarta parte tenía serios impedimentos físicos. La mayoría de los que se convirtieron en escritores y dramaturgos habían observado a sus propios padres enredados en dramas sicológicos de uno u otro tipo. Los investigadores llegaron a la conclusión de que la necesidad de compensar aquellas desventajas era un factor de gran importancia en su afán por alcanzar logros personales. 1
Uno de los mejores ejemplos acerca de este fenómeno se encuentra en la vida de Eleanor Roosevelt, quien fue Primera Dama de los Estados Unidos. Huérfana a los diez años, pasó por una niñez sumamente angustiosa. Era muy poco atractiva, y nunca se sintió aceptada por nadie. Según Víctor Wilson, del Servicio de Noticias Newhouse, “era una persona introvertida, más bien carente de sentido del humor, una joven increíblemente tímida, incapaz de superar su inseguridad personal y convencida de su propia incapacidad”. Sin embargo, el mundo sabe que la señora Roosevelt se liberó de sus ataduras emocionales. Wilson dijo al respecto: “De alguna fuente interior, la señora Roosevelt sacó un valor firme e inquebrantable, moderado por un dominio propio y una disciplina personal notables...” Esa “fuente interior” tiene otro nombre que le va bien: compensación.
Es evidente que la actitud de una persona frente a una limitación decide la huella que ésta deje en su vida. Se ha vuelto popular echarles la culpa de la conducta irresponsable a las circunstancias adversas (por ejemplo, la pobreza como causa del delito, los hogares rotos como productores de delincuentes juveniles, y una sociedad enferma que les impone la dependencia de las drogas a sus jóvenes). Hay algo de verdad en esta suposición, puesto que las personas que se hallan en estas difíciles circunstancias tienen mayores probabilidades de comportarse de maneras destructivas. Sin embargo, nadie las obliga a hacerlo. Decir que las condiciones adversas causan la conducta irresponsable equivale a quitarle toda responsabilidad de los hombros a la persona. Esta excusa es falsa. Cada uno de nosotros tiene que decidir lo que va a hacer con las dudas internas y con las dificultades externas.
La aplicación de esto a una familia en particular debería ser obvia. Si uno de los hijos ha pasado por alguna experiencia traumática, o tiene alguna desventaja física, sus padres no tienen por qué abandonar toda esperanza. Deben hallar sus puntos fuertes y sus capacidades naturales, que se pueden usar para superar el obstáculo. El problema que hoy parece tan gigantesco, se podría convertir mañana en inspiración para la grandeza.

 
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