Escrita por Ps Claudia Castellanos
( AGENCIA LA VOZ ) “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar Buenas Nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19).
La Biblia habla que nuestro Maestro antes de comenzar su actividad pública, de dar su primer sermón, de llamar a quienes iban a ser sus discípulos, antes de dejar correr su visión de redimir a la humanidad, antes que todo ello sucediera, Él tuvo una experiencia personal con el Espíritu Santo. El día que Juan tuvo el privilegio de bautizarlo, hubo una evidencia externa de cómo el Espíritu Santo –la tercera persona de la Trinidad- vino sobre la persona de Jesús, en forma de paloma. Este hecho fue trascendental para que Jesús iniciara su ministerio, y de la misma manera, cada una de nosotras necesitamos tener un encuentro íntimo con el Espíritu de Dios.
Durante dieciocho años de mi vida cristiana yo no era una mujer exitosa en el ministerio. Podría decir que me iba bien en el ámbito profesional, y que en mi vida personal había tenido grandes alegrías: el día que me casé, el nacimiento de mi primera hija, cuando tuvimos nuestra primera vivienda… en fin, hechos significativos que son tan importantes para las mujeres. Sin embargo, nada de ello se puede comparar a cuando sentimos que el Espíritu Santo viene de una manera real y efectiva a nuestra vida.
El Espíritu Santo no viene sobre cualquier persona. Él no viene porque usted sea un fiel oyente de los mensajes del pastor de la iglesia, tampoco porque asista todos los domingos a la congregación, o porque de siempre sus diezmos y ofrendas, o porque simplemente intente vivir una vida agradable. Aparentemente, usted no hace cosas incorrectas, pero en su vida no hay pasión por los perdidos, no toma desafíos espirituales, sus prioridades están totalmente cambiadas. Quizás lo último que piense sea en las cosas espirituales, y menos en hacer algo en la iglesia del Señor. Tal vez sus metas sean distintas: profesión, éxito, dinero, viajes, pasar tiempo con amigos, establecer su pareja, jugar tenis, o muchas otras cosas. Ellas son evidencias de que no ha venido el Espíritu Santo sobre su vida.
Tampoco el Espíritu Santo viene sobre aquellas personas que van rápidamente a la iglesia, oyen una hermosa melodía, se conmueven, derraman una que otra lágrima y aceptan que deben ser mejores cristianos. Yo pasé por esa experiencia, pero el Espíritu Santo no vino sobre mí sino hasta que decidí morir a todo, aún a mis más profundos deseos; cuando sentí que era la más vil pecadora, aunque había profesado la fe cristiana desde los catorce años.
Durante dieciocho años, el Espíritu Santo no pudo venir sobre mi vida porque no había experimentado lo que era el quebrantamiento, no había sentido lo que era el genuino arrepentimiento por no haber ganado almas. Tenía un lugar de privilegio y nunca había abierto mi boca, sino que siempre le dejaba esa responsabilidad a mi esposo y a otras personas. Pero la Biblia dice: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Es un mandato tanto para el hombre como para la mujer. Dios no nos va a preguntar cuántos hermosos sermones escuchamos sino cuál es nuestro fruto y dónde está. Eso lo entendí cuando experimenté un verdadero arrepentimiento, cuando me di cuenta que mis prioridades no eran las correctas, cuando fui a la cruz y morí a mi misma. Ese proceso duró casi ocho meses. Durante ese período, lloraba por la mañana, por la tarde y por la noche; me postraba sobre mis rodillas con una sensación de fracaso, como si el piso se moviera. Yo no entendía a qué se debía, pero era que el Espíritu Santo quería venir sobre las mujeres de Colombia. Comencé a ver como el ministerio de la mujer en Colombia estaba en ruinas y que carecía de unción para alcanzar a las naciones de la tierra. Por ocho meses tuve que sufrir esa agonía, hasta que renuncié a mí misma y moría a mis propios deseos, a lo que creía que era grandioso y a todas las metas que me había propuesto.
El Espíritu Santo sólo puede venir sobre aquellas personas que han experimentado el poder de la cruz.
Cuando usted verdaderamente ha tenido una conversión extraordinaria, cuando ha experimentado el llanto y los gemidos que salen de su alma, cuando usted dice: “Señor, si no te toco y obtengo tu misericordia, moriré”, ahí es cuando el Espíritu Santo se hace presente. Es una oración de clamor, es una oración como cuando un hijo está a punto de morir y no quedan esperanzas, y usted tiene que orar y tocar el manto del Maestro.
Sin la experiencia de la cruz, no vendrá la presencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo vino sobre Jesús para que hiciera la obra, para que Él pudiera traer la redención a la humanidad.
Si usted quiere entrar en un ministerio sobrenatural, tiene que anhelar al Espíritu Santo sobre usted de la misma forma que vino sobre Jesús.
Cuando el Espíritu Santo le toca, usted es transformado en una persona totalmente diferente. El Espíritu Santo le va a guiar, Él no se le impondrá. Es tan real como lo fue Jesús cuando estuvo en la tierra.
Quien quiera una iglesia creciente y floreciente, tiene que conocerlo muy bien. El Espíritu Santo es único, Él tiene su personalidad. Así como usted conoce a su cónyuge, como sabe si es extrovertido; si es alegre, si está inquieto, de la misma manera debe suceder con el Espíritu Santo.
( AGENCIA LA VOZ ) “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar Buenas Nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19).
La Biblia habla que nuestro Maestro antes de comenzar su actividad pública, de dar su primer sermón, de llamar a quienes iban a ser sus discípulos, antes de dejar correr su visión de redimir a la humanidad, antes que todo ello sucediera, Él tuvo una experiencia personal con el Espíritu Santo. El día que Juan tuvo el privilegio de bautizarlo, hubo una evidencia externa de cómo el Espíritu Santo –la tercera persona de la Trinidad- vino sobre la persona de Jesús, en forma de paloma. Este hecho fue trascendental para que Jesús iniciara su ministerio, y de la misma manera, cada una de nosotras necesitamos tener un encuentro íntimo con el Espíritu de Dios.
Durante dieciocho años de mi vida cristiana yo no era una mujer exitosa en el ministerio. Podría decir que me iba bien en el ámbito profesional, y que en mi vida personal había tenido grandes alegrías: el día que me casé, el nacimiento de mi primera hija, cuando tuvimos nuestra primera vivienda… en fin, hechos significativos que son tan importantes para las mujeres. Sin embargo, nada de ello se puede comparar a cuando sentimos que el Espíritu Santo viene de una manera real y efectiva a nuestra vida.
El Espíritu Santo no viene sobre cualquier persona. Él no viene porque usted sea un fiel oyente de los mensajes del pastor de la iglesia, tampoco porque asista todos los domingos a la congregación, o porque de siempre sus diezmos y ofrendas, o porque simplemente intente vivir una vida agradable. Aparentemente, usted no hace cosas incorrectas, pero en su vida no hay pasión por los perdidos, no toma desafíos espirituales, sus prioridades están totalmente cambiadas. Quizás lo último que piense sea en las cosas espirituales, y menos en hacer algo en la iglesia del Señor. Tal vez sus metas sean distintas: profesión, éxito, dinero, viajes, pasar tiempo con amigos, establecer su pareja, jugar tenis, o muchas otras cosas. Ellas son evidencias de que no ha venido el Espíritu Santo sobre su vida.
Tampoco el Espíritu Santo viene sobre aquellas personas que van rápidamente a la iglesia, oyen una hermosa melodía, se conmueven, derraman una que otra lágrima y aceptan que deben ser mejores cristianos. Yo pasé por esa experiencia, pero el Espíritu Santo no vino sobre mí sino hasta que decidí morir a todo, aún a mis más profundos deseos; cuando sentí que era la más vil pecadora, aunque había profesado la fe cristiana desde los catorce años.
Durante dieciocho años, el Espíritu Santo no pudo venir sobre mi vida porque no había experimentado lo que era el quebrantamiento, no había sentido lo que era el genuino arrepentimiento por no haber ganado almas. Tenía un lugar de privilegio y nunca había abierto mi boca, sino que siempre le dejaba esa responsabilidad a mi esposo y a otras personas. Pero la Biblia dice: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Es un mandato tanto para el hombre como para la mujer. Dios no nos va a preguntar cuántos hermosos sermones escuchamos sino cuál es nuestro fruto y dónde está. Eso lo entendí cuando experimenté un verdadero arrepentimiento, cuando me di cuenta que mis prioridades no eran las correctas, cuando fui a la cruz y morí a mi misma. Ese proceso duró casi ocho meses. Durante ese período, lloraba por la mañana, por la tarde y por la noche; me postraba sobre mis rodillas con una sensación de fracaso, como si el piso se moviera. Yo no entendía a qué se debía, pero era que el Espíritu Santo quería venir sobre las mujeres de Colombia. Comencé a ver como el ministerio de la mujer en Colombia estaba en ruinas y que carecía de unción para alcanzar a las naciones de la tierra. Por ocho meses tuve que sufrir esa agonía, hasta que renuncié a mí misma y moría a mis propios deseos, a lo que creía que era grandioso y a todas las metas que me había propuesto.
El Espíritu Santo sólo puede venir sobre aquellas personas que han experimentado el poder de la cruz.
Cuando usted verdaderamente ha tenido una conversión extraordinaria, cuando ha experimentado el llanto y los gemidos que salen de su alma, cuando usted dice: “Señor, si no te toco y obtengo tu misericordia, moriré”, ahí es cuando el Espíritu Santo se hace presente. Es una oración de clamor, es una oración como cuando un hijo está a punto de morir y no quedan esperanzas, y usted tiene que orar y tocar el manto del Maestro.
Sin la experiencia de la cruz, no vendrá la presencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo vino sobre Jesús para que hiciera la obra, para que Él pudiera traer la redención a la humanidad.
Si usted quiere entrar en un ministerio sobrenatural, tiene que anhelar al Espíritu Santo sobre usted de la misma forma que vino sobre Jesús.
Cuando el Espíritu Santo le toca, usted es transformado en una persona totalmente diferente. El Espíritu Santo le va a guiar, Él no se le impondrá. Es tan real como lo fue Jesús cuando estuvo en la tierra.
Quien quiera una iglesia creciente y floreciente, tiene que conocerlo muy bien. El Espíritu Santo es único, Él tiene su personalidad. Así como usted conoce a su cónyuge, como sabe si es extrovertido; si es alegre, si está inquieto, de la misma manera debe suceder con el Espíritu Santo.