Escrito Por Dr James Dobson
Considero que una de las tareas principales de los padres consiste en preparar a sus hijos para la independencia y la responsabilidad de la vida adulta. Tengo un bebé varón, y por supuesto que le quiero ir enseñando a tener disciplina y a ser responsable a medida que pasen los años. Sin embargo, no sé por dónde empezar. ¿Cómo le puedo infundir estas características a mi hijo, y cuándo debo comenzar?
( AGENCIALAVOZ ) RESPUESTA: En realidad, de eso se trata la buena crianza de los hijos. Permítame describir esta tarea en función del desarrollo. Al nacer, el niño está totalmente indefenso, por supuesto. El pequeño acostado en su cuna no puede hacer nada por sí mismo; no se da vuelta, ni toma él solo el biberón. No puede decir “por favor” ni “gracias”, y no pide disculpas por hacerla levantarse seis veces en una noche. Ni siquiera tiene que agradecerle su esfuerzo. En otras palabras, el niño comienza la vida en un estado de completa dependencia, y usted se halla a su servicio.
Sin embargo, unos veinte años más tarde se deben haber producido una serie de cambios drásticos en ese ser humano. Debería haber desarrollado las habilidades y la disciplina personal necesarias para tener éxito en la vida adulta. Se espera de él que maneje con sabiduría su dinero, tenga un trabajo, sea leal a su cónyuge (si es casado), atienda a las necesidades de su familia, obedezca las leyes de su país y sea un buen ciudadano. En otras palabras, durante el corto transcurso de su niñez, la persona debería progresar sistemáticamente de la dependencia a la independencia; de la falta de responsabilidad a la responsabilidad.
La pregunta es ésta: ¿Cómo llega este pequeñito, llámese Juan, Nancy o Pablo, desde la posición A hasta la posición B? ¿Cómo se produce esa transformación mágica desde la infancia hasta la madurez? Algunos padres parecen creer que todo va a caer en su lugar hacia el final de la adolescencia, unos quince minutos antes de que su hijo se vaya de la casa. Yo rechazo categóricamente esa idea. La mejor preparación para la vida adulta procede del adiestramiento en la responsabilidad durante los años de la niñez. Esto no quiere decir que se le deba exigir al niño que trabaje como un adulto. Lo que sí significa es que se le debe animar a progresar en un ordenado calendario de acontecimientos, cumpliendo con el nivel de responsabilidad que es adecuado para su edad. Por ejemplo, poco después del nacimiento, la madre comienza a transferir las responsabilidades de sus hombros a los de su bebé. Poco a poco, éste aprende a dormir toda la noche, sostiene él solo su biberón y extiende la mano para alcanzar lo que quiere. Más tarde, aprende a caminar, a hablar y a ir al baño solo. A medida que va aprendiendo a hacer estas cosas, su madre se va “liberando” de esa servidumbre.
Cada año, el niño debe tomar mayor número de decisiones, a medida que las responsabilidades de la vida van pasando de los hombros de sus padres a los suyos. Por ejemplo, un niño de siete años suele estar capacitado para escoger la ropa que va a usar en el día (dentro de lo razonable). Debería mantener en orden su cuarto y hacer la cama todas las mañanas. Un niño de nueve o diez años podría disfrutar de mayores libertades, como la de escoger entre los programas de televisión que se le permite ver. No estoy sugiriendo que renunciemos a nuestro liderazgo como padres en esos años, sino más bien creo que debemos pensar concienzudamente en un traslado razonable y ordenado de las libertades y las responsabilidades, de tal forma que estemos preparando al niño año tras año para ese momento de independencia total que deberá llegar.
Volviendo a su pregunta sobre su bebé, permítame citar dos profundas frases ideadas por Marguerite y Willard Beecher, que la guiarán en el proceso de instrucción que he descrito. Son éstas: (1) El padre o la madre necesita liberarse de su hijo, para que ese hijo se pueda liberar de él o de ella; y (2) un padre o una madre no debe hacer por su hijo nada que le sería más provechoso a ese hijo hacer por sí mismo. Si usted pone en práctica estas dos recomendaciones, logrará que su hijo o hija llegue a ser un ser adulto responsable.
Sin embargo, unos veinte años más tarde se deben haber producido una serie de cambios drásticos en ese ser humano. Debería haber desarrollado las habilidades y la disciplina personal necesarias para tener éxito en la vida adulta. Se espera de él que maneje con sabiduría su dinero, tenga un trabajo, sea leal a su cónyuge (si es casado), atienda a las necesidades de su familia, obedezca las leyes de su país y sea un buen ciudadano. En otras palabras, durante el corto transcurso de su niñez, la persona debería progresar sistemáticamente de la dependencia a la independencia; de la falta de responsabilidad a la responsabilidad.
La pregunta es ésta: ¿Cómo llega este pequeñito, llámese Juan, Nancy o Pablo, desde la posición A hasta la posición B? ¿Cómo se produce esa transformación mágica desde la infancia hasta la madurez? Algunos padres parecen creer que todo va a caer en su lugar hacia el final de la adolescencia, unos quince minutos antes de que su hijo se vaya de la casa. Yo rechazo categóricamente esa idea. La mejor preparación para la vida adulta procede del adiestramiento en la responsabilidad durante los años de la niñez. Esto no quiere decir que se le deba exigir al niño que trabaje como un adulto. Lo que sí significa es que se le debe animar a progresar en un ordenado calendario de acontecimientos, cumpliendo con el nivel de responsabilidad que es adecuado para su edad. Por ejemplo, poco después del nacimiento, la madre comienza a transferir las responsabilidades de sus hombros a los de su bebé. Poco a poco, éste aprende a dormir toda la noche, sostiene él solo su biberón y extiende la mano para alcanzar lo que quiere. Más tarde, aprende a caminar, a hablar y a ir al baño solo. A medida que va aprendiendo a hacer estas cosas, su madre se va “liberando” de esa servidumbre.
Cada año, el niño debe tomar mayor número de decisiones, a medida que las responsabilidades de la vida van pasando de los hombros de sus padres a los suyos. Por ejemplo, un niño de siete años suele estar capacitado para escoger la ropa que va a usar en el día (dentro de lo razonable). Debería mantener en orden su cuarto y hacer la cama todas las mañanas. Un niño de nueve o diez años podría disfrutar de mayores libertades, como la de escoger entre los programas de televisión que se le permite ver. No estoy sugiriendo que renunciemos a nuestro liderazgo como padres en esos años, sino más bien creo que debemos pensar concienzudamente en un traslado razonable y ordenado de las libertades y las responsabilidades, de tal forma que estemos preparando al niño año tras año para ese momento de independencia total que deberá llegar.
Volviendo a su pregunta sobre su bebé, permítame citar dos profundas frases ideadas por Marguerite y Willard Beecher, que la guiarán en el proceso de instrucción que he descrito. Son éstas: (1) El padre o la madre necesita liberarse de su hijo, para que ese hijo se pueda liberar de él o de ella; y (2) un padre o una madre no debe hacer por su hijo nada que le sería más provechoso a ese hijo hacer por sí mismo. Si usted pone en práctica estas dos recomendaciones, logrará que su hijo o hija llegue a ser un ser adulto responsable.