Escrito por Dr James Dobson
PREGUNTA: He tenido mucho cuidado en ser justo con mis hijos, y no darles motivos para resentirse el uno con el otro. Sin embargo, siguen peleando. ¿Qué puedo hacer?
( AGENCIA LA VOZ ) RESPUESTA: El problema quizá sea por su falta de control disciplinario en el hogar. La rivalidad entre hermanos es peor cuando no existe un sistema razonable de justicia en el hogar, donde los que “quebrantan la ley” no son detenidos, y si lo son, nunca se enfrentan a un juicio. Es importante comprender que las leyes de la sociedad se establecen y se hacen cumplir para protegernos unos de otros. De la misma manera, una familia es una pequeña sociedad con la misma necesidad de que los derechos humanos sean protegidos.
Como ejemplo, supongamos que yo viviera en una comunidad donde no hubiera leyes establecidas. No hay policías, ni tampoco hay tribunales en donde los desacuerdos se puedan apelar. Bajo estas circunstancias, mi vecino y yo podríamos abusar el uno del otro impunemente. Él podría tomar mi máquina de cortar el césped y tirar piedras por mis ventanas, mientras yo me robo los duraznos de su árbol favorito y tiro basura en su jardín. Esta clase de antagonismo mutuo suele aumentar cada vez más, llegando a ser más violento con el paso del tiempo. Cuando se le permite que lleve su curso natural, el resultado final puede ser el odio y el asesinato, como se ha comprobado a través de la historia.
Ya he indicado que las familias son similares a las sociedades en su necesidad de tener leyes y orden. En la ausencia de la justicia, como sucedería con los vecinos, los hermanos empiezan a atacarse uno a otro. El mayor es más grande y más fuerte, lo cual le permite oprimir a sus hermanos y hermanas menores. Pero el menor también tiene sus propias armas. Busca vengarse rompiendo los juguetes y las posesiones valiosas del mayor y molestándolo cuando le visitan sus amigos. Entonces, el odio mutuo explota como un volcán enfurecido, arrojando su contenido destructivo encima de todos los que se encuentran en su camino.
En muchos hogares, los padres no tienen suficiente control disciplinario para hacer cumplir sus órdenes. En otros, están tan irritados por las peleas incesantes entre los hermanos, que se niegan a intervenir. En otros hogares, los padres obligan al hijo mayor a vivir tolerando la injusticia “porque tu hermano es más pequeño que tú”. De esta manera le impiden defenderse de las maldades de su hermanito o hermanita. Es aun más común hoy, que tanto el padre como la madre estén trabajando mientras sus hijos quedan en casa desbaratándose unos a otros.
Vuelvo a repetir lo mismo a los padres: Una de sus responsabilidades más importantes es establecer un sistema imparcial de justicia y un equilibrio de poder dentro del hogar. Las “leyes” razonables se deben hacer cumplir igualmente para cada miembro de la familia. Para dar un ejemplo de esto, permítame hacer una lista de los límites y las reglas que mi esposa y yo desarrollamos a través de los años en nuestro propio hogar:
1. A ninguno de nuestros hijos se le permitía jamás burlarse del otro de una manera destructiva. ¡Punto! Ésta era una regla inflexible sin excepciones.
2. La habitación de cada hijo era su propiedad privada. Cada puerta tenía cerradura, y el permiso de entrar era un privilegio revocable. (Las familias con más de un hijo en cada habitación pueden designar un espacio para cada uno).
3. El hijo mayor no podía molestar al menor.
4. El hijo menor no podía irritar al mayor.
5. No se les obligaba a los hijos a jugar juntos cuando preferían estar solos o con otros amigos.
6. Interveníamos en cualquier conflicto verdadero lo más pronto posible, teniendo cuidado de mostrar completa imparcialidad y justicia.
Como sucede con cualquier sistema de justicia, este plan requiere: (1) respeto de los hijos hacia la autoridad del padre y de la madre; (2) disposición de los padres a servir como mediadores; (3) aplicación de las reglas, y algunas veces del castigo. Cuando este método viene acompañado de amor, el ambiente emocional del hogar puede cambiar de uno de odio a (por lo menos) uno de tolerancia.
Como ejemplo, supongamos que yo viviera en una comunidad donde no hubiera leyes establecidas. No hay policías, ni tampoco hay tribunales en donde los desacuerdos se puedan apelar. Bajo estas circunstancias, mi vecino y yo podríamos abusar el uno del otro impunemente. Él podría tomar mi máquina de cortar el césped y tirar piedras por mis ventanas, mientras yo me robo los duraznos de su árbol favorito y tiro basura en su jardín. Esta clase de antagonismo mutuo suele aumentar cada vez más, llegando a ser más violento con el paso del tiempo. Cuando se le permite que lleve su curso natural, el resultado final puede ser el odio y el asesinato, como se ha comprobado a través de la historia.
Ya he indicado que las familias son similares a las sociedades en su necesidad de tener leyes y orden. En la ausencia de la justicia, como sucedería con los vecinos, los hermanos empiezan a atacarse uno a otro. El mayor es más grande y más fuerte, lo cual le permite oprimir a sus hermanos y hermanas menores. Pero el menor también tiene sus propias armas. Busca vengarse rompiendo los juguetes y las posesiones valiosas del mayor y molestándolo cuando le visitan sus amigos. Entonces, el odio mutuo explota como un volcán enfurecido, arrojando su contenido destructivo encima de todos los que se encuentran en su camino.
En muchos hogares, los padres no tienen suficiente control disciplinario para hacer cumplir sus órdenes. En otros, están tan irritados por las peleas incesantes entre los hermanos, que se niegan a intervenir. En otros hogares, los padres obligan al hijo mayor a vivir tolerando la injusticia “porque tu hermano es más pequeño que tú”. De esta manera le impiden defenderse de las maldades de su hermanito o hermanita. Es aun más común hoy, que tanto el padre como la madre estén trabajando mientras sus hijos quedan en casa desbaratándose unos a otros.
Vuelvo a repetir lo mismo a los padres: Una de sus responsabilidades más importantes es establecer un sistema imparcial de justicia y un equilibrio de poder dentro del hogar. Las “leyes” razonables se deben hacer cumplir igualmente para cada miembro de la familia. Para dar un ejemplo de esto, permítame hacer una lista de los límites y las reglas que mi esposa y yo desarrollamos a través de los años en nuestro propio hogar:
1. A ninguno de nuestros hijos se le permitía jamás burlarse del otro de una manera destructiva. ¡Punto! Ésta era una regla inflexible sin excepciones.
2. La habitación de cada hijo era su propiedad privada. Cada puerta tenía cerradura, y el permiso de entrar era un privilegio revocable. (Las familias con más de un hijo en cada habitación pueden designar un espacio para cada uno).
3. El hijo mayor no podía molestar al menor.
4. El hijo menor no podía irritar al mayor.
5. No se les obligaba a los hijos a jugar juntos cuando preferían estar solos o con otros amigos.
6. Interveníamos en cualquier conflicto verdadero lo más pronto posible, teniendo cuidado de mostrar completa imparcialidad y justicia.
Como sucede con cualquier sistema de justicia, este plan requiere: (1) respeto de los hijos hacia la autoridad del padre y de la madre; (2) disposición de los padres a servir como mediadores; (3) aplicación de las reglas, y algunas veces del castigo. Cuando este método viene acompañado de amor, el ambiente emocional del hogar puede cambiar de uno de odio a (por lo menos) uno de tolerancia.