Por el Hermano Pablo
Fueron muchos años de vida que no era realmente vida sino ruina, miseria y degradación. Orlando Leyva, de treinta y cuatro años de edad, pasó doce años tirado en las calles de su ciudad. Vivía bajo cartones, sucio, abandonado, vencido, víctima de cocaína y de vino barato.
Había perdido toda ambición y todo interés en sí mismo. Era un autodesahuciado que no quería seguir viviendo.
Sin embargo, Orlando Leyva logró hacer un cambio total. Mantuvo el mismo nombre, el mismo padre, la misma madre y el mismo trasfondo, pero no la misma vida. Consiguió trabajo y vivienda, logró terminar sus estudios, y quedó libre de toda aquella miseria pasada.
Sin embargo, Orlando Leyva logró hacer un cambio total. Mantuvo el mismo nombre, el mismo padre, la misma madre y el mismo trasfondo, pero no la misma vida. Consiguió trabajo y vivienda, logró terminar sus estudios, y quedó libre de toda aquella miseria pasada.
¿Qué fue lo que produjo el cambio? «Fueron dos cosas —declara Orlando—. El gran amor por mi hijita Daniela, de tres años de edad, y el poder transformador de Jesucristo obrando en mi vida.»
Orlando fue rescatado de ese pozo, primero por la ayuda espiritual de una iglesia evangélica que le enseñó lo que es la gracia de Dios, y luego por el poder regenerador del Evangelio de Cristo.
En este mundo se están escribiendo dos historias. Una es la historia grande, la que escriben los prominentes políticos, los destacados catedráticos, los famosos artistas, los ilustres científicos y los hombres de influencia en la sociedad. Ésta, por cierto, es la historia que se cuenta en los diarios, en la televisión y en los libros más vendidos.
La otra es la historia pequeña, la ignorada, la menospreciada, la que están escribiendo cada día con lágrimas, gemidos y angustia los marginados de este mundo. Allí están los drogadictos, las prostitutas, los vencidos, los amargados y los frustrados: hombres y mujeres llenos de dolor, de pobreza y de vicios, cuya vida no es más que desgracia, depravación y desventura.
No obstante, de entre este otro grupo, el pequeño, miles están levantando su vista a Cristo, clamando: «¡Señor, sálvame!», y hallando así la transformación que halló Orlando Leyva. Tienen el mismo nombre, los mismos padres y el mismo trasfondo, pero su vida ha sido cambiada por completo.
Todos estamos escribiendo una historia. ¿Qué historia es: la grande o la pequeña? Vengamos del grupo que vengamos, Cristo quiere escribir en nuestra vida una historia de redención, una historia tan vasta como Él mismo, tan extensa como el cielo y tan inmortal como la eternidad. Abrámosle nuestro corazón. Él nos está esperando.