Por José Mª García
ESPAÑA-. ( AGENCIALAVOZ ) Estos últimos dos meses en España hemos visto, oído y vivido el drama familiar de un pastor llamado Juan José Cortés, vecino de Huelva, la provincia más occidental de Andalucía, miembro activo de la denominación “Filadelfia” que nuclea, bajo una misma fe cristiana, a la etnia gitana en su gran mayoría.
Particularmente he seguido su drama personal con mucho interés intentando ponerme en su lugar, imaginando el dolor que puede sufrirse por la desaparición de una hija pequeña e indefensa, una hija que ya es la hija de España, Mari Luz Cortes. (Encontrada muerta hace unos días y ahora su presunto asesino descubierto también).
Atentamente escuché sus palabras de ánimo, su fuerza “interior”, su fe inclaudicable, su serenidad fogosa y cada vez que le veía en las "marchas" o en los medios, daba gracias a Dios por este hombre, que sin provocarlo, estaba dando un testimonio impresionante ante una España que hasta hace dos meses desconocía casi por completo lo que era un PASTOR EVANGÉLICO.
Estuve a punto de escribirle o llamarle para darle ánimo pero supuse que quedaría fuera de lugar saturar más su línea telefónica o su correo personal y preferí orar por ellos y también por Mari Luz sin saber que ya estaba durmiendo en gloria.
Quería decirle que le admiraba, que el escucharle era un aliento de esperanza, que era un grandioso ejemplo de “cristiano verdadero”, que cada una de sus apariciones en público, en cualquier medio de comunicación, era un testimonio impresionante para TODOS los habitantes de la península, quería decirle que sus reflexiones estaban impactando al mundo cristiano y secular, que la gente hablaba de él como de alguien extraordinario, que aun su figura aplomada irradiaba una serenidad que solo puede ostentar alguien que está lleno del espíritu de Dios, el Rey de la Gloria.
Me ministró su vida y sus palabras, me hizo tomar más valentía para seguir diciendo abiertamente “soy Pastor evangélico”, noté que este caso tenia connotaciones espirituales, que no escapaba a la soberanía de Dios, que quizás el Señor permitió el dolor de una pequeña “mártir” para soltar algo muy especial en esta nación humanista y egocéntrica. Ahora sí es mas honroso poner en mi puerta de entrada y en mi buzón de correos “PASTOR EVANGÉLICO”. Por primera vez en 11 años de ministerio en España sentía la libertad de decir abiertamente quien era, por primera vez vi como la gente desde los medios masivos y aun en la calle decían con respeto, con mucho respeto y aprecio “el papá de Mari Luz es un PASTOR EVANGÉLICO”.
Hubiera sido mejor, quizás, que Mari Luz apareciera viva, pero Dios es soberano y acepto su voluntad, no obstante… el sello que dejó en España jamás será borrado. Al menos en mi vida ministerial siempre veré la marca que dejó Mari Luz, la niña "desaparecida", y tambien la de un Juan José Cortés, un PASTOR EVANGÉLICO que levantó muy en alto la honra de los Siervos de Dios, que abrió camino nuevo bajo una unción especial de humildad, sabiduría, fe y coraje. Su ejemplo me motivó a seguir diciendo, (sin miedo al que dirán, a la burla o a la ignorancia), quien soy y a quien sirvo.
He sido “hombre de medios” por muchos años, pero equivocadamente pensé llevar el evangelio a España “casi” encubierto, como para no ofender, temiendo siempre que las puertas se cerraran si decía sin tapujos lo que pienso, pretendía hacerlo al estilo Cesar Vidal o Dante Gebel, pero eso cambiará para siempre, vuelvo a los “medios” seculares con una postura diferente, con mas ánimo, con mas fe y con mas valentía para decir a quien lo quiera oír que Jesucristo es la única esperanza de España, de Europa y del mundo, sin importar que lo diga en medio del imperio católico romano, un imperio que denomina de “secta” y humilla a todo lo que no sea de su partido religioso.
Gracias a Dios por la cortísima vida de Mari Luz, porque aun siendo muy corta ha sido un impacto al mundo, mucho más que un millón de mensajes predicados a 50 entre cuatro paredes selladas. Ella fue la causa para que unos padres ungidos, nos mostraran a todos, que significa amar y servir a Dios sin abandonar su fe en medio de su agónico dolor.
Amado Siervo Juan José Cortés y Esposa, sepan que lo que han sembrado en los corazones de este país dará su fruto a su debido tiempo, por mi parte les envío un amoroso abrazo con enorme gratitud mientras sigo rogando que el Gran Consolador enviado por el Padre les arrope con amor abundante y sanador.