Por Sharon Jaynes
EE.UU-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) Los estudios muestran que las madres que se quedan en casa pasan unos treinta minutos al día conversando con sus hijos, mientras que las madres que trabajan fuera del hogar pasan menos de once minutos en dicha actividad. Si asumimos que la mitad de ese tiempo la madre está hablando, el tiempo de escuchar se reduce a quince minutos para la mamá que se queda en casa, y a cinco minutos y minutos medio para la madre que trabaja fuera del hogar.
Siempre se me ha enseñado que en tanto yo esté hablando, no estoy aprendiendo. Si quiero aprender bien acerca de mi hijo o hija, entender sus pensamientos más íntimos, sus sentimientos, sus deseos y sus luchas, necesito escuchar lo que está diciendo. Sin embargo, existe un ingrediente clave para ser un buen oyente: ¡el niño o la niña tiene que hablar!
Escuchar no es una tarea fácil. Usted tiene que sintonizar con los oídos, dirigir los ojos, responder con los labios y usar el corazón. También debe usar la mente para cultivar la conversación haciendo buenas preguntas. Note que dije buenas preguntas.
Escuchar no es una tarea fácil. Usted tiene que sintonizar con los oídos, dirigir los ojos, responder con los labios y usar el corazón. También debe usar la mente para cultivar la conversación haciendo buenas preguntas. Note que dije buenas preguntas.
Jesús fue el maestro por excelencia en formular preguntas conmovedoras. Se hace referencia a Él como sanador y maestro, pero también era un oyente activo. Hizo preguntas a abogados, a inválidos, a madres, a políticos, a pescadores, a rabinos, a demonios, a un hombre ciego, a oficiales romanos, a un leproso y a los discípulos. Sólo en el Sermón del monte formuló catorce preguntas. A la mujer sorprendida en adulterio le preguntó: “¿Dónde están los que te acusaban?” A los escribas les preguntó: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?”. Obviamente, puesto que Jesús es omnisciente, Él lo sabe todo. Él no hizo las preguntas para recopilar información. Él usó las preguntas para hacer que las personas pensaran y, muchas veces, para ayudarlas a llegar a sus propias conclusiones lógicas. Podemos usar las preguntas del mismo modo con nuestros hijos.
En su libro, Now We're Talking! Questions That Bring You Closer to Your Kids (¡Ahora estamos hablando! Preguntas que lo acercan a sus hijos) , Robert C. Crosby dice que “las preguntas son una de las herramientas más efectivas y, sin embargo, tal vez las menos utilizadas en la caja de herramientas de un padre o de una madre de hoy en día. Tan sólo cinco minutos de expresar interés en su hijo o hija harán más por formar la relación de usted con él o ella, que cinco meses de tratar de hacer que él o ella se interese en usted”. 2 Esto hace eco en el viejo adagio que dice: “para que sea interesante, usted debe estar interesado”.
Formulando las preguntas correctas La señora McVey era una abuela que le dio quejas a mi esposo de que sus dos nietos mostraban muy poco interés en ella. Nunca iban a visitarla ni la llamaban por teléfono para saber cómo estaba. Steve sintió curiosidad y llevó a la señora McVey a visitar a sus dos nietos. Efectivamente, cuando contestaron a la puerta, no estaban muy entusiasmados de verla, pero conscientes de su deber, le dieron un abrazo y la invitaron a entrar. Se sentaron silenciosamente en la sala, la abuela esperando que los malagradecidos muchachos mostraran un poquito de amor y de respeto, y los jóvenes esperando que la visita terminara.
Fue allí cuando Steve trató un pequeño experimento formulándole unas cuantas preguntas al más pequeño de los dos niños.
“Peter, ¿cómo te va el béisbol este año?”
“Bien”, contestó.
“¿Quién es el mejor bateador?”, le preguntó Steve.
“Joe; él es realmente bueno”, contestó Peter con un diminuto rayo de entusiasmo.
“Supe que hiciste un juego doble el otro día. ¿Qué pasó?”
Con eso, Peter comenzó a sentirse entusiasmado. Su semblante cambió de aburrimiento a entusiasmo. Comenzó a charlar tanto que Steve apenas si podía intercalar una palabra de casualidad. Peter estaba hablando de sus dos temas favoritos: el béisbol y sí mismo. A partir de allí, la conversación fue cuesta arriba, con Steve formulando buenas e importantes preguntas, y los muchachos contándole todo lo que él quería saber de sus vidas. No querían que se fuera. Steve estaba en “la onda” porque estaba interesado en ellos y ellos lo sabían. Su abuela podía haber sido llamada “la abuela más en la onda” si ella hubiese mostrado interés en sus nietos, en vez de esperar que ellos estuvieran interesados en ella. Los muchachos no funcionan de ese modo. Todas las madres de adolescentes han tenido esta conversación con sus hijos o hijas:
“¿Qué tal te fue hoy en el colegio?”
“Bien”.
“¿Qué hiciste?”
“Nada”.
“¿Tienes mucha tarea?”
“No”.
Si alguna vez se ha llegado a frustrar con este idioma monosilábico, tal vez el problema no sean las respuestas, sino que las preguntas necesitan mejorar un poco.
Existen dos tipos de preguntas: las cerradas y las abiertas. Una pregunta cerrada es una que puede contestarse con una palabra: “Bien”, “Mal”, “Nada”, “Sí”, “No”. “¿Te fue bien?” “¿Te gustó la cena?” “¿Estuvo difícil el examen de matemática?” Estos son paralizadores de la conversación y es difícil escuchar si nadie habla.
Una pregunta abierta es una que saca información de la persona. “¿Qué fue lo mejor que pasó hoy en la escuela?” “¿Con quién te sentaste a la hora del almuerzo?” “Si pudieras hacer algo para Dios, y el dinero no fuera inconveniente, ¿qué sería lo que harías?” Cuando su hijo o hija comience a hablar, usted necesitará “completar el ciclo” con preguntas que siguen una secuencia lógica, mostrando que está sintonizado y que quiere saber más.
Sea un padre o una madre, no un entrenador Después de uno de los partidos de béisbol de mi hijo, camino a casa, en el automóvil hablamos sobre el partido jugada por jugada.
“¿Viste el lanzamiento de tres puntos de Anthony? ¡Eso fue impresionante!”, le comenté. “¿Puedes creer que ese muchacho me dio un codazo y que el árbitro no cobró la falta? ¡Eso me hizo enojar!”
“¡Sí! Lo vi. Fue una mala acción, pero estoy orgullosa de ti por no perder los estribos. Eso habría sido difícil para mí. Hiciste un gran trabajo bloqueando al número 23 en el tercer cuarto. ¿Cuál de los muchachos fue el más difícil de cubrir?”
Note que no utilicé este tiempo para darle una clase de “entrenamiento”, acerca de lo que podría haber hecho mejor. Éste es probablemente uno de los peores errores que los padres cometen al hablarles a sus hijos después de tales eventos. ¿Quisiera usted que alguien le dijera cómo hacer algo mejor y que destacara todas sus debilidades? Yo sé que yo no lo quisiera. Si eso es lo que sucede en el automóvil de camino a casa con su hijo o su hija, espere un viaje con pasajeros silenciosos. A propósito, no se sorprenda si su pequeño Juanito quiere irse a casa con su amigo Carlitos y con la mamá de éste, que está en la onda porque hace buenas preguntas y destaca los movimientos notables de cada jugador.
Las preguntas hacen que las personas participen. Son una invitación a la relación.
Mamá, hablemos por un rato Una de mis amigas estaba sola con su hijo en el automóvil. La radio estaba encendida y su hijo alcanzó el botón y la apagó. “Mamá, hablemos por un rato”, dijo. Si esto le pasara a usted (¡hablando de bendición!), ¿qué diría usted? He aquí unas cuantas preguntas para que pueda comenzar.
¿Cómo crees que será el cielo?
¿Qué hace papá en el trabajo?
¿Quién es la persona que conoces que crees que se actúa más como Cristo?
¿Cómo crees que será tu esposa (esposo)?
Si fueras a pasar un año en una isla desierta y sólo pudieras llevarte tres cosas contigo, ¿qué serían?
¿Quién es tu tía o tío favorito, y por qué te gusta tanto?
¿Qué sonidos y olores crees tú que José y María experimentaron en el establo la noche de Navidad?
¿Qué es lo más lindo que alguna vez yo haya hecho por ti?
¿Hay algún momento en el que hiero tus sentimientos?
¿Cuándo es que te sientes realmente enojado conmigo?
Si las personas siguieran la regla de oro, piensa en todas las cosas que no necesitaríamos. ¿Puedes hacer una lista?
Si pudieras participar en una película de las que has visto, ¿cuál sería?
¿Serías un personaje que ya está en la película, o serías alguien que tú añadirías?
¿De qué manera es el amor diferente en una pareja cristiana al amor de las películas?
¿Cuál es la diferencia entre ser listo y ser sabio?
¿Cuál es tu conjunto de vestir favorito?
¿Qué es lo más difícil de tener ____ años? (Coloque aquí la edad de su hijo o hija.)
¿Cuál es el recuerdo favorito de tu niñez?
Cuando oras, ¿cómo te imaginas a Dios?
¿Cuál es tu versículo bíblico favorito? ¿Por qué te gusta?
Si pudieras ser un animal por un día, ¿cuál serías?
Si pudieras entrar en una máquina del tiempo, ¿qué era en la historia te gustaría visitar?
¿A qué personaje en la historia te gustaría visitar?
¿Cuál es la decisión más importante que alguna vez tomarás?
Por supuesto, la lista es interminable, y ésa es la mejor parte. Refuerce su arsenal de preguntas, elaborando su propia lista. Recuerde, existe una diferencia entre inquirir para llegar a conocer a su hijo, e interrogarlo para resolver un crimen. Verifique su actitud y sus motivos, porque esto hará una diferencia entre la conversación significativa y las reacciones a la defensiva.
Ser un buen oyente ¿Qué tal le va cuando escucha a su hijo? Vea si puede contestar las siguientes preguntas.
¿Quién ha sido el maestro o la maestra favorita de mi hijo o de mi hija?
¿Qué es lo más doloroso que alguien alguna vez le haya dicho a él a ella?
¿Qué es lo que más teme acerca de ir a la secundaria? ¿A la universidad?
¿Cómo son sus amigos?
¿Quién es su mejor amigo o amiga?
¿A quién admira más?
¿Cuál es su grupo de música favorito?
Si luchó por contestar estas preguntas, no se preocupe: nunca es demasiado tarde para comenzar a aprender.