Por Gretel Ledo
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.
Proverbios 4:23
ARGENTINA-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) Muchas son las miserias que pueden acongojar al hombre pero una es la más difícil de sanar: “la espiritual”.
Nuestro país recorre rumbos encontrados. Senderos que se bifurcan en un mismo espacio de tiempo bajo un mismo escenario. Tiempos divergentes y paralelos en infinitas series dentro de una red creciente y vertiginosa.
Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan o se ignoran abarca todos los mundos posibles. En este laberinto los senderos convergen en la imagen de la distorsión no del espacio sino del tiempo. El punto de desencuentro temporal habla de la ausencia de koinonia, acuerdo, unidad. Resultado: tiempos presentes sin futuro.
Hoy por hoy así se presenta el panorama nacional de confrontación permanente entre el campo y el gobierno. La balanza económica internacional posiciona al sector agroexportador en una tarima sin antecedentes históricos cercanos. Sin embargo, falta estrategia. Los enfrentamientos constantes entre actores dan cuenta de la pérdida de horizontes.
Por un lado el gobierno aplica retenciones en pos de la equidad en la redistribución de las riquezas; con ello busca la disminución de precios en el mercado interno. En tanto el campo, en jaque por la medida, no produce como antes por el cierre estrepitoso de las exportaciones.
Durante el gobierno de Rivadavia se sanciona la Ley de Enfiteusis a través de la cual, en cierta forma, se premia a quien trabaja la tierra entregándole su uso -a perpetuidad o bien a largo plazo- a cambio del pago de un canon.
Un 18 de Mayo de 1828 el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata acuerda y decreta: “Art. 1 - Las tierras de propiedad pública cuya enajenación (…) es prohibida en todo el territorio del Estado se darán en enfiteusis durante el término, cuando menos, de veinte años (…). Art. 2- (…) pasará al Tesoro público la renta o canon (…). Art. 3 - El valor de las tierras será graduado en términos equitativos por un juri de cinco propietarios de los más inmediatos (…), o de tres en caso de no haberlos en aquel número”.
La enfiteusis ni era arrendamiento ni era propiedad. Era un sistema intermedio entre el simple arrendamiento que nosotros conocemos y la propiedad absoluta. Así, durante toda su vida, el campesino trabajaba la tierra pero no podía venderla, pues no era suya. La renta debía fijarse cada diez años sobre el valor calculado de la tierra que el enfiteuta ocupaba al momento de la valuación.
Hoy la realidad es otra. El país crece a costa del campo y no gracias al campo. Pareciese que se pena a quien trabaja la tierra y no a quien la mantiene como un recurso ocioso e improductivo. ¿Será que la necedad dirigencial impide que se dejen de lado las desavenencias sectoriales a la hora de cerrar acuerdos? Enclavarse en determinada postura en ciertas ocasiones implica radicalizar ideologías lo cual puede ser peligroso. Se torna engorroso todo avance hacia el diálogo y el acuerdo.
Es hora de mirarnos al espejo bajo un mismo espíritu autoreflexivo. ¿Hasta dónde llega mi ideario? ¿Alcanza horizontes personales o incluye anhelos colectivos? Sin duda gobernantes y productores se encuentran arrojando agua hacia su propio molino.
La tierra no es un recurso fijo del cual podamos afanarnos en términos de titularidad. Aquí no se trata de propietarios sino de meros poseedores. Quién sino Dios es el titular de dominio y qué somos nosotros sino meros administradores de sus bienes. Y, en tanto tales, debemos rendir cuentas a la hora de saldar deudas. El gobierno como mediador y árbitro propenderá al balance perfecto entre abastecimiento interno y comercialización externa en tanto los agropecuarios no velarán tan sólo por la renta sectorial.
El punto nuevamente está en la no radicalización de cosmovisiones. Como se expresa en Eclesiastés “todo tiene su tiempo debajo del sol”. Hoy es el del campo; ayer fue el de los servicios. El gobierno se ufana de los superávit gemelos, fiscal y externo, y a cambio como medida demagógica aplica fuertes retenciones. A su vez, los precios internacionales favorables colocan la mirada del campo exclusivamente hacia la exportación produciendo de esta manera el aumento de los precios en el mercado interno y, en el peor de los casos el desabastecimiento. Aquí es donde los tiempos paralelos, el del gobierno y el del campo no convergen. Viven realidades únicas sin si quiera replantearse un encuentro.
Los presentes individuales rompen con la lógica del futuro colectivo. La ausencia de unicidad en el ideario de modelo de país sin duda coloca al progreso en un permanente estado de indefensión absoluta. Inseguridad para el campo a la hora de enfrentar nuevas inversiones e incerteza en el consumidor frente al desabastecimiento. Todo ello trae como corolario una inconsistencia en la agenda gubernamental y con ello en las políticas estatales.
Este laberinto de senderos temporales a los ojos individuales pero atemporales para la Nación en su conjunto habla de un patético estado de miseria espiritual. Una miseria que corroe al país hasta los tuétanos. Un valle de huesos secos sin el espíritu de vida que llena los vacíos de una Nación. Es preciso reedificar las murallas derribadas bajo el estandarte del diálogo y el acuerdo. Para ello habrá que ceder ciertos intereses individuales para alcanzar otros de tipo colectivos.
Agropecuarios, ¿por qué afanarse de la renta que ofrece la tierra? ¿No es la tierra de todos? Gobierno, ¿por qué castigar a un sector si aporta tanto? ¿No tributa suficientes divisas?
Si no somos capaces de tener una mirada más amplia entonces la acción colectiva está siendo por entero producto y consecuencia de un sistema social anómico y enfermo que ha conseguido concretar sus fines: la suma de las individualidades se cierran para sí dejando paso a una sumatoria totalizante llamada extrañación. Se construye al otro como a un extraño.
Dejemos de lado las miserias humanas. Levantemos murallas de amor fraternal. Nuestro prójimo es nuestro próximo y el otro es la extensión de mi yo. Detengamos un instante el reloj para mirarnos frente a frente. Descubriremos que los senderos se bifurcan pero finalmente se encuentran en metas comunes que responden al cambio de nuestro corazón.
Gretel Ledo. Abogada en Derecho Administrativo
Politóloga en Estado, Administración y Políticas Públicas
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.
Proverbios 4:23
ARGENTINA-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) Muchas son las miserias que pueden acongojar al hombre pero una es la más difícil de sanar: “la espiritual”.
Nuestro país recorre rumbos encontrados. Senderos que se bifurcan en un mismo espacio de tiempo bajo un mismo escenario. Tiempos divergentes y paralelos en infinitas series dentro de una red creciente y vertiginosa.
Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan o se ignoran abarca todos los mundos posibles. En este laberinto los senderos convergen en la imagen de la distorsión no del espacio sino del tiempo. El punto de desencuentro temporal habla de la ausencia de koinonia, acuerdo, unidad. Resultado: tiempos presentes sin futuro.
Hoy por hoy así se presenta el panorama nacional de confrontación permanente entre el campo y el gobierno. La balanza económica internacional posiciona al sector agroexportador en una tarima sin antecedentes históricos cercanos. Sin embargo, falta estrategia. Los enfrentamientos constantes entre actores dan cuenta de la pérdida de horizontes.
Por un lado el gobierno aplica retenciones en pos de la equidad en la redistribución de las riquezas; con ello busca la disminución de precios en el mercado interno. En tanto el campo, en jaque por la medida, no produce como antes por el cierre estrepitoso de las exportaciones.
Durante el gobierno de Rivadavia se sanciona la Ley de Enfiteusis a través de la cual, en cierta forma, se premia a quien trabaja la tierra entregándole su uso -a perpetuidad o bien a largo plazo- a cambio del pago de un canon.
Un 18 de Mayo de 1828 el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata acuerda y decreta: “Art. 1 - Las tierras de propiedad pública cuya enajenación (…) es prohibida en todo el territorio del Estado se darán en enfiteusis durante el término, cuando menos, de veinte años (…). Art. 2- (…) pasará al Tesoro público la renta o canon (…). Art. 3 - El valor de las tierras será graduado en términos equitativos por un juri de cinco propietarios de los más inmediatos (…), o de tres en caso de no haberlos en aquel número”.
La enfiteusis ni era arrendamiento ni era propiedad. Era un sistema intermedio entre el simple arrendamiento que nosotros conocemos y la propiedad absoluta. Así, durante toda su vida, el campesino trabajaba la tierra pero no podía venderla, pues no era suya. La renta debía fijarse cada diez años sobre el valor calculado de la tierra que el enfiteuta ocupaba al momento de la valuación.
Hoy la realidad es otra. El país crece a costa del campo y no gracias al campo. Pareciese que se pena a quien trabaja la tierra y no a quien la mantiene como un recurso ocioso e improductivo. ¿Será que la necedad dirigencial impide que se dejen de lado las desavenencias sectoriales a la hora de cerrar acuerdos? Enclavarse en determinada postura en ciertas ocasiones implica radicalizar ideologías lo cual puede ser peligroso. Se torna engorroso todo avance hacia el diálogo y el acuerdo.
Es hora de mirarnos al espejo bajo un mismo espíritu autoreflexivo. ¿Hasta dónde llega mi ideario? ¿Alcanza horizontes personales o incluye anhelos colectivos? Sin duda gobernantes y productores se encuentran arrojando agua hacia su propio molino.
La tierra no es un recurso fijo del cual podamos afanarnos en términos de titularidad. Aquí no se trata de propietarios sino de meros poseedores. Quién sino Dios es el titular de dominio y qué somos nosotros sino meros administradores de sus bienes. Y, en tanto tales, debemos rendir cuentas a la hora de saldar deudas. El gobierno como mediador y árbitro propenderá al balance perfecto entre abastecimiento interno y comercialización externa en tanto los agropecuarios no velarán tan sólo por la renta sectorial.
El punto nuevamente está en la no radicalización de cosmovisiones. Como se expresa en Eclesiastés “todo tiene su tiempo debajo del sol”. Hoy es el del campo; ayer fue el de los servicios. El gobierno se ufana de los superávit gemelos, fiscal y externo, y a cambio como medida demagógica aplica fuertes retenciones. A su vez, los precios internacionales favorables colocan la mirada del campo exclusivamente hacia la exportación produciendo de esta manera el aumento de los precios en el mercado interno y, en el peor de los casos el desabastecimiento. Aquí es donde los tiempos paralelos, el del gobierno y el del campo no convergen. Viven realidades únicas sin si quiera replantearse un encuentro.
Los presentes individuales rompen con la lógica del futuro colectivo. La ausencia de unicidad en el ideario de modelo de país sin duda coloca al progreso en un permanente estado de indefensión absoluta. Inseguridad para el campo a la hora de enfrentar nuevas inversiones e incerteza en el consumidor frente al desabastecimiento. Todo ello trae como corolario una inconsistencia en la agenda gubernamental y con ello en las políticas estatales.
Este laberinto de senderos temporales a los ojos individuales pero atemporales para la Nación en su conjunto habla de un patético estado de miseria espiritual. Una miseria que corroe al país hasta los tuétanos. Un valle de huesos secos sin el espíritu de vida que llena los vacíos de una Nación. Es preciso reedificar las murallas derribadas bajo el estandarte del diálogo y el acuerdo. Para ello habrá que ceder ciertos intereses individuales para alcanzar otros de tipo colectivos.
Agropecuarios, ¿por qué afanarse de la renta que ofrece la tierra? ¿No es la tierra de todos? Gobierno, ¿por qué castigar a un sector si aporta tanto? ¿No tributa suficientes divisas?
Si no somos capaces de tener una mirada más amplia entonces la acción colectiva está siendo por entero producto y consecuencia de un sistema social anómico y enfermo que ha conseguido concretar sus fines: la suma de las individualidades se cierran para sí dejando paso a una sumatoria totalizante llamada extrañación. Se construye al otro como a un extraño.
Dejemos de lado las miserias humanas. Levantemos murallas de amor fraternal. Nuestro prójimo es nuestro próximo y el otro es la extensión de mi yo. Detengamos un instante el reloj para mirarnos frente a frente. Descubriremos que los senderos se bifurcan pero finalmente se encuentran en metas comunes que responden al cambio de nuestro corazón.
Gretel Ledo. Abogada en Derecho Administrativo
Politóloga en Estado, Administración y Políticas Públicas