EE.UU-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) “Workaholics», ha sido mucho tiempo la palabra usada para los adictos al trabajo. Ahora, la patología que se comenta más en Estados Unidos es la «adicción al éxito», eso es, la dependencia del éxito profesional como de una droga.
Es una adicción muy peligrosa especialmente en estos momentos, cuando la crisis puede afectar a cualquiera. El paro puede ser la tumba psicológica de muchos que se habían considerado triunfadores.
Estudiosos de la conducta citados esta semana por el diario The Wall Street Journal advierten del peligro de una cascada de graves depresiones en cadena, tanto más cuanto más alto sea el nivel de la pirámide profesional al que se haya pertenecido.
El adicto al éxito no se enfrenta sólo a los dramas prácticos asociados a la consecuencia de la pérdida del escalafón o del trabajo. La crisis se convierte para él en una auténtica y terrible crisis de identidad.
LOS PERIODISTAS, CASOS COMUNES
Esta patología golpea con particular dureza a personas que no se limitan a ganar dinero, sino que desempeñan trabajos especialmente creativos. Hace estragos, por ejemplo, entre brillantes periodistas; ya que muchos periódicos y otros medios de comunicación en los últimos tiempos se han enfrentado a salvajes reducciones de plantilla (el sector de los medios de comunicación es uno de los más afectados por la crisis).
Es el caso de Paul Wenske, reportero de investigación desde que tenía uso de razón. Confiesa que se sintió en el limbo cuando los ajustes en el Kansas City Star lo dejaron en la calle. “De repente te miras al espejo y te preguntas: ¿quién soy yo?”, cuenta.
“Es como tener todo tu dinero invertido en una sola acción, que es tu trabajo”, describe Robert Leahy, director del Instituto Americano de Terapia Cognitiva de Nueva York. Los expertos insisten en que estas personas se identificaron “desmesuradamente” con su trabajo; en parte porque les iba tan bien que a lo mejor eso les eximía de plantearse otros aspectos menos triunfales de su existencia.
Los consejos que dan los especialistas parecen simples: no cifrar la autoestima (o no sólo) en lo que uno hace sino en lo que uno es; no apostar la propia valía en el orgullo de una gloria en el fondo efímera, sino en cualidades sólidas y permanentes, como la honestidad personal, las relaciones familiares y amistades, así como la solidaridad en los contactos sociales, etc.
Abrir el foco de las amistades puede ser clave para personas que han vivido demasiado encerradas en un círculo donde “tanto ganas, tanto vales”.
ENFRENTARSE AL FINAL DEL ÉXITO
Hay quien de repente se encuentra siendo víctima de sus propias trampas. Por ejemplo, mostrar simpatía hacia los que sufren el paro pero pensar en el fondo que estar así es una vergüenza. El brusco cese del éxito profesional obliga a enfrentarse a muchos fantasmas que se creían inexistentes para uno mismo a cara descubierta.
Pero de la situación actual, y el hundimiento, también se sacan lecciones. A Michael Precker, antiguo editor del Dallas Morning News, y a Steve Roman, que durante dieciocho años dirigió las relaciones públicas del banco más importante de Arizona, les costó mucho «divorciarse» de las marcas laborales que ya consideraban su segunda piel. Pero encontraron nuevos trabajos o fundaron sus propios negocios y ahora llevan una vida mucho más relajada, con los pilares sobre los que se basa su vida mucho más repartido y sin depender de su éxito profesional.
Es una adicción muy peligrosa especialmente en estos momentos, cuando la crisis puede afectar a cualquiera. El paro puede ser la tumba psicológica de muchos que se habían considerado triunfadores.
Estudiosos de la conducta citados esta semana por el diario The Wall Street Journal advierten del peligro de una cascada de graves depresiones en cadena, tanto más cuanto más alto sea el nivel de la pirámide profesional al que se haya pertenecido.
El adicto al éxito no se enfrenta sólo a los dramas prácticos asociados a la consecuencia de la pérdida del escalafón o del trabajo. La crisis se convierte para él en una auténtica y terrible crisis de identidad.
LOS PERIODISTAS, CASOS COMUNES
Esta patología golpea con particular dureza a personas que no se limitan a ganar dinero, sino que desempeñan trabajos especialmente creativos. Hace estragos, por ejemplo, entre brillantes periodistas; ya que muchos periódicos y otros medios de comunicación en los últimos tiempos se han enfrentado a salvajes reducciones de plantilla (el sector de los medios de comunicación es uno de los más afectados por la crisis).
Es el caso de Paul Wenske, reportero de investigación desde que tenía uso de razón. Confiesa que se sintió en el limbo cuando los ajustes en el Kansas City Star lo dejaron en la calle. “De repente te miras al espejo y te preguntas: ¿quién soy yo?”, cuenta.
“Es como tener todo tu dinero invertido en una sola acción, que es tu trabajo”, describe Robert Leahy, director del Instituto Americano de Terapia Cognitiva de Nueva York. Los expertos insisten en que estas personas se identificaron “desmesuradamente” con su trabajo; en parte porque les iba tan bien que a lo mejor eso les eximía de plantearse otros aspectos menos triunfales de su existencia.
Los consejos que dan los especialistas parecen simples: no cifrar la autoestima (o no sólo) en lo que uno hace sino en lo que uno es; no apostar la propia valía en el orgullo de una gloria en el fondo efímera, sino en cualidades sólidas y permanentes, como la honestidad personal, las relaciones familiares y amistades, así como la solidaridad en los contactos sociales, etc.
Abrir el foco de las amistades puede ser clave para personas que han vivido demasiado encerradas en un círculo donde “tanto ganas, tanto vales”.
ENFRENTARSE AL FINAL DEL ÉXITO
Hay quien de repente se encuentra siendo víctima de sus propias trampas. Por ejemplo, mostrar simpatía hacia los que sufren el paro pero pensar en el fondo que estar así es una vergüenza. El brusco cese del éxito profesional obliga a enfrentarse a muchos fantasmas que se creían inexistentes para uno mismo a cara descubierta.
Pero de la situación actual, y el hundimiento, también se sacan lecciones. A Michael Precker, antiguo editor del Dallas Morning News, y a Steve Roman, que durante dieciocho años dirigió las relaciones públicas del banco más importante de Arizona, les costó mucho «divorciarse» de las marcas laborales que ya consideraban su segunda piel. Pero encontraron nuevos trabajos o fundaron sus propios negocios y ahora llevan una vida mucho más relajada, con los pilares sobre los que se basa su vida mucho más repartido y sin depender de su éxito profesional.