Por:Verónica Rossato
ITALIA.-(AGENCIALAVOZ) Carmelo Poidomani (36 años) tiene un apellido tradicional en el sur de Sicilia y proviene de una familia de fuerte tradición católica. Hoy, tras veinte años de seguir a Jesús, es copastor de una iglesia evangélica de Ustica, al sur de la isla, la cual tiene obras de extensión en Modica y Pozzallo.“Cuando decidí bautizarme, mi padre dijo que si lo hacia no volvería a hablarme, que me desheredaría, que no iría a mi boda ni conocería a mis hijos”, recuerda.
Su historia es como la de tantos sicilianos: monaguillo desde los 8 años y estudiante de catecismo hasta la adolescencia. Tenía 12 años cuando falleció su abuelo y la realidad de la muerte le hizo pensar que la mejor manera de asegurarse un destino eterno era entrar al seminario y ser sacerdote, pero su visión cambió cuando se enfrentó a las preguntas de un compañero de colegio, que era cristiano evangélico.
“Nos confrontaba con nuestra ignorancia sobre la Biblia y eso me llevo a leerla para poder responderle”, cuenta. Seis meses después había leído toda la Biblia, comprobando que muchas enseñanzas de la iglesia Católica son erradas. “Pensé que Dios no existía porque no podía ser que permitiera que esta gente enseñe tantas cosas que no son verdad. Me volví ateo, o al menos eso es lo que decía a los demás; en mi interior buscaba a Dios. Cuando mi amigo me preguntó qué había encontrado al leer la Biblia, le dije que las enseñanzas de los católicos eran falsas. Entonces él me dijo: 'Puedo presentarte una iglesia donde se enseña la Biblia'. Acepte la invitación y seguí leyendo la Palabra para poder responder a cualquier falsedad que escuchara en esa iglesia”.
UN LARGO CAMINO
Este fue el comienzo de una nueva historia. Lo que Carmelo encontró en esa iglesia evangélica fue gente que adoraba a Dios de manera genuina, lo cual lo impulso a seguir asistiendo domingo tras domingo. “Así llegué a comprender quién es Jesús, pero no tuve un discipulado que me permitiera crecer espiritualmente”, comenta. Al terminar el colegio fue a otra ciudad para realizar estudios universitarios, y allí también frecuentó una iglesia evangélica. “Pero seguía viviendo a mi modo. No era un cristiano maduro”, reconoce.
Luego de pasar un tiempo en España, realizando la tesis universitaria con una beca Erasmus, regresó a su ciudad y se reencontró con su antiguo compañero de colegio. Ya no existía la iglesia a la que el lo había invitado y juntos comenzaron a ir a otra “donde el pastor hacia todo y los miembros de la congregación no participaban ni crecían. Era una iglesia pentecostal donde se enseñaba que hablar en lenguas era signo de haber recibido la salvación”. Pasado un tiempo, ambos amigos decidieron frecuentar un grupo cristiano que se reunía en un garaje. “Allí había una predicación sistemática de la Palabra y fui creciendo en la fe”, relata Carmelo.
“Ocho años después de haber comprendido quien es Jesús, durante una predicación del pastor de esta pequeña congregación, comprendí que yo era salvo aunque no hablara en lenguas. Fue en el año 2002, un momento decisivo en mi vida”, añade.
EL PRECIO DE SEGUIR A CRISTO
Tras este largo peregrinaje llegó el momento del bautismo. “El pastor dijo que debía hacer una confesión pública de fe y hablar incluso con mis padres. Hasta entonces mi familia no sabía que yo había dejado la tradición católica. Cuando mi padre dijo que si me bautizaba dejaría de ser su hijo, yo respondí que ya había tomado una decisión y que no volvería atrás”.
Aunque Italia sigue siendo un país de fuerte tradición católica, Poidomani considera que hoy los cristianos evangélicos tienen mayor aceptación en la sociedad, debido principalmente a que “mucha gente se ha desilusionado de la iglesia Católica”. Señala también que la sociedad es cada vez más multicultural y eso también facilita la apertura hacia los evangélicos: “Antes había solo italianos católicos, pero hoy hay muchas religiones y un evangélico es mejor visto que un musulmán, por ejemplo”.
LAS IGLESIAS EVANGÉLICAS
Según nuestro entrevistado, las iglesias evangélicas de Italia tienen poca relación entre sí. “Hay muchas organizaciones, es una Iglesia fragmentada. La mayoría son congregaciones pentecostales y hay muchos pastores autonominados, sin formación bíblica”, explica.
En la actualidad, para tener una credencial de Ministro de Culto otorgada por el Ministerio del Interior, un pastor debe presidir una asociación (figura legal de una iglesia) con 500 miembros. Las iglesias pequeñas se agrupan para tener cobertura legal y hay movimientos apostólicos que reúne a pastores autonominados.
“El estado aprovecha esta fragmentación y trata con cada organización en particular. No hay una organización que represente a todos y es difícil lograr reivindicaciones”, dice Carmelo. Aún los pastores reconocidos como ministros de culto encuentran dificultades a la hora de organizar eventos públicos, ya que se les niega el uso de espacios que normalmente son otorgados a grupos católicos y otras organizaciones. También les cuesta conseguir permiso para ministrar en los hospitales, donde sin embargo hay capellanes católicos. “Mientras la sociedad es más abierta, el estado sigue discriminando a los evangélicos”, concluye Poidomani.