EE.UU.-(AGENCIALAVOZ) Apenas han pasado 24 horas desde el fallecimiento de David Rockefeller (en la imagen) -lunes 20 de marzo- y ya se han escrito ríos de tinta acerca de su largísima vida de 101 años. Le dio tiempo para hacer de todo, o casi. Una lástima, porque viendo su trayectoria se desprende una conclusión terrible: vivió de espaldas a lo más importante, que no es otra cosa que la vida eterna, la que no termina nunca, junto al Padre Dios.
Porque de todo lo que se ha dicho acerca del nieto de John D. Rockefeller, lo que realmente marcó su vida no fue la petrolera Standard Oil ni el Chase National Bank, ni siquiera un gobierno en la sombra. La clave fue su entrega al maligno, que le llevó a transformar la masonería en satanismo.
Y para que no hubiera ninguna duda, muy cerca de la sede central de la logia Rockefeller -sí, tenía su propia logia masónica, que viste mucho y está al alcance de muy pocos-, esto es, en el Rockefeller Center, en Nueva York, hizo colocar una estatua de Lucifer. Más aún, a pocos metros de ahí, Rockefeller construyó el rascacielos ‘666 Quinta Avenida’. Todo muy discreto.
Lo hemos contado, pero nunca está de más recordarlo. El objetivo de los satánicos del siglo XXI -de Rockefeller y compañía- no es otro que el de instaurar un Gobierno mundial bajo la guía de una religión igualmente mundial.
Rockefeller ya lo planteó así en septiembre de 1994, durante una cena en la ONU con embajadores de todo el mundo: “Estamos al borde de una transformación global, todo lo que necesitamos es la correcta gran crisis y las naciones aceptarán el nuevo orden mundial”. Esclarecedor.
Y todo lo anterior, bañado por una filantropía sin precedentes. Porque Rockefeller era muy generoso y donó miles de millones de dólares para fomentar la felicidad en el mundo mundial mediante el aborto, la eutanasia, la ideología de género, etc.