
PUERTO PRINCIPE.- ( AGENCIALAVOZ.COM ) Haití ya no existe. “La anarquía se adueña del país ante la falta de una autoridad que ataje el caos.- Una riada de mujeres y hombres y niños, deambulan por las calles y se empiezan a escuchar tiros en el centro de Puerto Príncipe.- La ayuda internacional sigue siendo una anécdota”, rezaba uno de los primeros despachos de prensa.
¡La teoría del caos! Puerto Príncipe está asentada sobre una falla geológica, como lo está la costa de California, zona bellísima, muy poblada, de hermosas ciudades y enormes recursos. Un día cualquiera sobrevendrá la catástrofe. De hecho, esa zona ha sufrido terremotos tremendos. El caso que nos ocupa es diferente por muchas razones. Se trata del país mas pobre del mundo, el más olvidado y el más corrupto. El más castigado por el histórico colonialismo feroz, diferente al resto de América; un país que ilustra que, a la base de tragedias semejantes, está, no sólo la naturaleza, –que la naturaleza es la naturaleza–, sino la acción perversa del hombre. Simple: la pobreza acumulada por siglos, repentinamente se agrava por el fracaso de la política agraria; el arroz y el azúcar dejan de ser rentables debido a los nuevos mecanismos globales, y la gente emigra, en masa, a la ciudad, se acomodan como pueden, donde pueden; construyen, igual, donde pueden y como pueden y comienzan a vivir, igual, donde pueden y como pueden: mendicidad, turismo, drogas, etc. Todo ante la impotencia oficial, mezcla fatal de indiferencia y corrupción. Haití, en su terrible tragedia, nos revela la íntima relación que existe entre la corrupción y la pobreza.
La pobreza, que constituye el factor principal del desastre, no es una fatalidad, sino el resultado de la larga historia de injusticias inadmisibles; más de dos siglos de oprobio y de vergüenza para el mundo. España primero, Francia después, luego Estados Unidos. En los países pobres, la fragilidad de las construcciones y del Estado van a la par, y la falta de recursos para organizar la respuesta rápida, suele aumentar las víctimas de manera exponencial. En 2004, la tormenta Jeanne dejó en Haití 20 veces más víctimas que los huracanes asociados a la misma en los países vecinos. El presidente de Haití habló de 100 mil víctimas, otras de 200 mil y de tres millones de damnificados, datos imposibles de verificar por el momento dado el caos existente. La cifra actualizada habla de 70 mil cadáveres sepultados. Las grandes dificultades para comunicarse por teléfono o los cortes frecuentes de la electricidad que se suceden dan idea de los desafíos a los que se enfrentan los haitianos para hacer frente a esta destrucción. Los medios del mundo nos han hecho cercana la tragedia; Haití es, ahora, otra advertencia dolorosa para nuestro mundo, frágil, amenazado, egoísta. Tragedias que están esperando suceder. Se acumulan por siglos los elementos que, un día, habrán de hacer explosión.
Cambio en la forma de pensar. Tales sacudidas, no lo son sólo en el campo material; también nuestra forma de entender la civilización se tambalea. También nuestra forma de pensar en Dios, se cimbra. Cuando, en 1755, Lisboa fue destruida por un sismo igual, determinó una nueva forma de hacer teología. Se dice que, desde la fe católica, se decía que tal desgracia era un castigo de Dios. Eso es casi blasfemo. A Haití le salimos debiendo. Pero sí surge la pregunta: ¿Por qué, Señor? La última víctima rescatada por “los topos”, luego de una semana sepultada en las ruinas de la Catedral, fue una viejecita que, con el aliento que le quedaba, alababa Dios y alzaba las manos al cielo. Cierto, Dios aniquilará al pecado, pero al pecador le dará siempre, hasta lo último, la oportunidad de la vida. Nuestro mundo ha de hacer un examen de conciencia.
La pregunta va, claramente, en otra dirección: versa sobre la responsabilidad humana; es la solidaridad humana la que está en cuestión. Nos preguntamos sobre los colonialismos de antaño y de hogaño. La pobreza vista no como una fatalidad sino como la incidencia negativa del egoísmo, es tan cara y costosa que hasta la ayuda se dificulta. La pobreza es un círculo que se cierra sobre sí mismo. La pobreza es muy cara; en realidad no se puede financiar. Haití lo ha dejado en claro. Haití es el país que tiene más ONGs religiosas y civiles per cápita en el mundo. Esto ha determinado también un gobierno atenido, flojo y corrupto a más no poder. Ya no es la ponencia del sociólogo, se trata de la cruel realidad. Si existe la fe en el Dios revelado de los cristianos, en el que creemos millones de seres humanos, él nos llama a todos, pero principalmente a los responsables por oficio, a los que manejan los recursos del planeta, a hacernos cargo del post-terremoto, a repensar los neocolonialismos de la Banca internacional. Se calculan ya, no menos de 25 años para la recuperación de Haití. Y comienza el éxodo. De inmediato, reubicar 400 mil personas en campamentos.
Si habitualmente los cataclismos de este tipo afectan sobre todo a la población con menos recursos, serán muchos los afectados porque el 72% de la población vive en Haití con menos de dos dólares diarios; pero el sismo ha semi-derruido también el palacio presidencial y la Catedral, por ejemplo, lo que da idea de la violencia del terremoto, el minuto interminable de devastación al que siguieron varias réplicas. Bastó un minuto para mostrar la fragilidad y la mentira de la política internacional. Hace poco tiempo el presidente de Haití advertía en Francia del riesgo inminente de una catástrofe y pedía ayuda. Oídos sordos. Francia se ha desmarcado. Pero también es cierto que terremotos de la misma intensidad, en países desarrollados, no causan los mismos efectos. Japón, por ejemplo. En Haití las casas cayeron con una especie de efecto dominó. La desgracia se abate sobre un país de endebles estructuras en el que han reinado la violencia y la inestabilidad política a lo largo de sus 206 años de historia. Las estructuras del Estado, han desaparecido.
La Peste. Como en la novela de Camus, el mal se generaliza; llega a la jerarquía religiosa en la muerte del señor Arzobispo, mueren los Senadores, sorprendidos en asamblea, se derrumban la Catedral y el Palacio de Gobierno; se derrumban los hospitales, las iglesias; los edificios que albergan a las instituciones de ayuda internacional. El portavoz del Vaticano sintetizaba así la situación: “El mundo está conmocionado por la tragedia del pueblo de Haití, por las decenas de miles de víctimas, por el número inmenso de damnificados, por las dificultades de organizar los auxilios en una situación de confusión general, por el dolor desgarrador de todo un pueblo, que ya se encontraba entre los más pobres de la Tierra”, explica el portavoz. También la Iglesia que vive con su pueblo ha quedado directa y dolorosamente golpeada por la muerte de tantos miembros, comenzando por el mismo arzobispo de la capital y por la destrucción de tantas actividades suyas”. Muerte, impotencia, dolor y heroísmos, como en La Peste.
Esta tragedia ha puesto al descubierto, también, el fondo de humanidad que aún queda entre nosotros, no obstante la enfermedad de nuestra cultura. El mensaje de la novela genial de Camus es que aún en las peores catástrofes pueden aflorar los heroísmos. Es tanta la ayuda que el problema es cómo repartirla. La ayuda que ha llegado a la Isla es enorme. Es una paradoja que no deja de inquietar; la población de Haití no llega a los 9 millones; ha llegado en ayuda más de 9 millones de lo que se quiera. Es entonces cuando se deja ver lo que es un estado débil o inexistente: los grupos de ayuda, aún los radicados en la Isla, no pueden hacerse cargo de la distribución por el descontrol y la inseguridad. La ayuda permanece en ¡el aeropuerto!
Al más puro estilo de la novela de Camus, el mal llega de las cárceles. Al quedar derruidas, los reclusos en libertad, se vengan de la sociedad e inyectan una buena dosis de violencia en el ambiente; no hay nada que perder. “Miles de antiguos reclusos andan sueltos por Haití desde que el terremoto destruyera parte de las principales cárceles de Puerto Príncipe. La cárcel que quedó en pie en el barrio de Carrefour está repleta. Y las otras destruidas. Cientos de policías murieron y los presos se han organizado. Ante la inoperancia de una policía demasiado joven y desmotivada, las compañías privadas de seguridad imponen su ley en la calle. Con la connivencia de las autoridades, según despacho de F. Peregil, enviado especial de El País. E, igual que en la novela, ahora la gente se refugia en el estadio.
La presencia de Estados Unidos. Sin embargo, el verdadero problema es el Haití que habrá de construirse a partir del terremoto. La embajadora haitiana en España calcula unos 25 años. Es muy revelador que muy pronto un poderos portaaviones norteamericano arribara a la zona; la escena tenía algo de surrealismo, algo de amenazante. Se levantaron quejas internacionales por la presencia militar de Estado Unidos. España enviará un barco de guerra. Pero en esas circunstancias, lo habitantes de la Isla no están para remilgos nacionalistas.
EU llega a Haití para imponer el orden. Ante la inoperancia de Naciones Unidas, el pueblo haitiano se encomienda a Estados Unidos para huir del desastre y del hambre”, escribe desde la Isla Pablo Ordaz, para el País. Ha habido críticas por el desembarco norteamericano antes de producirse, pero por el momento son los únicos que saben cómo funciona Haití. Un ejemplo es el campo de golf Club Petionville. Desde allí se divisa toda la ciudad. Junto a la piscina, donde antes disfrutaban los pocos ricos de Puerto Príncipe, ahora hay 300 soldados de la 82nd Airborne Division. Este lunes repartieron 10 mil bolsas de agua y 4 mil de comida. El oficial Barrieau, de 26 años, explica: “Nosotros sólo nos limitamos a organizar la ayuda. Fíjese allí: nuestros soldados le están entregando los alimentos a los haitianos y ellos se la reparten con sus vecinos”.
Más soldados norteamericanos llegan a la Isla; después de todo, son vecinos. La inestabilidad política de Haití sirvió a Estados Unidos en 1915 como pretexto para invadirlo y ejercer un control absoluto hasta 1934. Después continuó la inestabilidad, las luchas internas, hasta que papá Doc se impuso con la ayuda de Estados Unidos y gobernó dictatorialmente hasta que la muerte puso fin al reinado; sólo en parte, porque el hijo heredó el trono.
Sin embargo, Estados Unidos ha sorprendido por su respuesta, rápida, generosa y efectiva. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha anunciado que dará 100 millones de dólares en ayuda de forma inmediata para tratar de paliar los efectos del fuerte terremoto que sacudió la capital de Haití el martes antepasado y que pudo dejar decenas de miles de muertos. Acompañado por varios miembros de su administración, el presidente estadounidense ha prometido a los haitianos “que mucha más ayuda va en camino” y ha confirmado que el primer contingente de equipos médicos y de rescate ya han llegado a Puerto Príncipe. Así de rápido actuó el gobierno americano.
Pero lo más llamativo es que ya han llegado a Estados Unidos los niños haitianos huérfanos y se han agilizado los trámites de adopción; el número de niños huérfanos es enorme. Han llegado las primeras noticias de la presencia de los buitres. Comienza el robo de niños y la trata de personas. El que Estados Unidos declare que recibirá a todos los niños haitianos huérfanos en hogares de acogida, en espera de adopción legal, es un bello gesto, sin más. El jueves nos entramos que los haitianos que residan en Los Estados Unidos podrán obtener el permiso de residencia, mientras se aumenta la presencia militar y de ayuda en la Isla. Todo esto ha sido visto con reticencia por la Unión Europa, pero, ni modo, América para los americanos. Lo que nos resta esperar es que Haití vuelva a existir, como país organizado, próspero, independiente; no importa que sea como estado asociado. De ese tamaño es la tragedia. Terrible y extrema lección. ¿Surgirá un nuevo General George Catlett Marshall?
Zilda Arns. Decía más arriba que el mensaje de La Peste es que aun en las peores circunstancias, es posible que afloren los heroísmos, el interés y el amor por el otro, el servicio a los demás hasta dar la vida. Uno de estos personajes es la señora Zilda Arns. Yo no la conocía.
“Muere en Haití Zilda Arns, fundadora de la Pastoral de la Infancia. Brasil está de luto. Junto con los militares de la fuerza de paz muertos en la tragedia de Haití ha fallecido también Zilda Arns, fundadora de la Pastoral de la Infancia y una de las figuras de mayor prestigio social del país. Hermana del cardenal Evaristo Arns, arzobispo emérito de Sao Paulo; Zilda, de 75 años, era médico pediatra, viuda y madre de cinco hijos y era respetada por creyentes y agnósticos por su infatigable labor a favor de la infancia más abandonada.
Zilda estaba en Haití en una misión humanitaria y quedó enterrada entre los escombros. Fue hallada muerta por Roseana Kipman, esposa del embajador de Brasil en Puerto Príncipe, Igor Kipman. El presidente Luis Inácio Lula da Silva quedó impresionado con la noticia y dijo que pedía a Dios por ella y por todas las víctimas del terremoto”. Muy importante fue esta mujer, tanto que el anticatólico diario El País le dedique la nota anterior.
El 12 de enero, el día de su muerte en Haití, Zilda Arns Neumann, pediatra y especialista en salud pública, pronunció una conferencia en Puerto Príncipe. Ya anoté que Haití es el país que tiene más organizaciones humanitarias per cápita, en el mundo. Ese día estaba ahí la doctora y dictó su testamento al mundo. “…. Estoy feliz de estar con ustedes. Doy gracias a Dios por este momento. En realidad, todos nosotros estamos aquí, en este encuentro, porque sentimos dentro de nosotros una fuerte llamada a difundir en el mundo la buena noticia de Jesús. La buena noticia, transformada en acciones concretas, es luz y esperanza en la conquista de la paz en las familias y en las naciones. La construcción de la paz empieza en el corazón de las personas y tiene su fundamento en el amor, que tiene sus raíces en la gestación y en la primera infancia, y se transforma en fraternidad y corresponsabilidad social…..”. Al final de la conferencia, murió sepultada en el terremoto. ¿No nos dice algo? Tal vez sea la misma voz de Dios que marca el camino a una sociedad herida.
¿Podrá resurgir Haití, como Haití?
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