viernes, 6 de marzo de 2009

“Pequeño hombre de Dios” predicador y con sólo 11 años de edad.


EE.UU-. ( AGENCIALAVOZ.COM ) Causa sensación la historia de Terry Durham, un niño que con sólo once años predica cada domingo en un un templo fundado en Fort Lauderdale por su abuela, la congregación ‘True Gospel Deliverance Ministry’ de poco más de veinte miembros, autogestionada, autodidacta y no adscrita a ninguna jerarquía religiosa central.


Lo hace con tanto éxito que ya ha realizado giras para llevar la buena nueva por toda Florida. A los que se pasman de su juventud les recuerda que en realidad él ya es todo un veterano. Su primer sermón lo pronunció con sólo seis añitos.
Fue ante el espejo del baño de su abuela, allí dentro el pequeño Terry no estaba tan a solas con Dios como parecía. La abuela escuchaba atónita detrás de la puerta. Cuando su nieto le dijo que quería predicar, no lo dudó y lo ayudo ella misma.
“Yo había tenido una visión en la que me encontraba a un niño en el púlpito, pero nunca pensé que fuera Terry, porque nació muy enfermo…”, recuerda a The New York Times la abuela, que se llama Sharon Monroe y crió al pequeño tras el divorcio de sus padres. Tanto Terry como su hermano gemelo –que toca en el coro de la iglesia- nacieron prematuramente, y Terry tuvo que ser conectado durante un tiempo a un monitor cardíaco.

Por lo demás es un niño muy normal, incluso tendente a que se le coma la lengua el gato cuando no está en el púlpito. Atiende sin problemas a la escuela y juega con sus amigos, pero se ‘transforma’ al llegar el domingo. Se ‘transforma’ y predica.
No se escribe ni se prepara particularmente los sermones. Sólo lee la Biblia el día antes y, según cuenta, se limita a esperar con toda tranquilidad que el Espíritu Santo descienda sobre él y le inspire. “Nadie ha dicho que haya una edad mínima para eso”, reivindica. La casa está llena de pósters donde Terry aparece con su traje de gospel y bajo la leyenda “Pequeño hombre de Dios”.
Y sin embargo todos los que se acercan a él, incluso los que al principio lo hacen con escepticismo, quedan impactados por su carisma en el púlpito y por su afán de aprender. Devora la Biblia como otros menores hacen con los libros de Harry Potter y su fe en sí mismo sólo palidece ante la que siente por Dios. Con naturalidad comenta la vez que un feligrés lesionado en un pie salió de su iglesia andando, sin utilizar las muletas. “Fue la primera vez que sané a alguien”, afirma con una fantástica mezcla de orgullo y humildad. Desde entonces le pide a Dios el don de sanar a la gente y por si acaso presta sus manos a todos los enfermos que ve.

 
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