Nicaragua -. ( AGENCIALAVOZ.COM ) “Id y predicad el evangelio” - A inicios del siglo XX comenzaron a verse en las ciudades de Nicaragua unos extraños vendedores de biblias. Eran hombres que andaban y desandaban las ciudades mostrando de casa en casa, de puerta en puerta, el libro que guarda las leyes morales del cristianismo. Lo conocían bien y lo recitaban de memoria, atrayendo la atención de quienes accedían a su llamado.
El objetivo de aquellos hombres, sin embargo, no era el comercio de las Escrituras. Eran los primeros predicadores evangélicos que llegaron al país a fundar su iglesia. Iban disfrazados por una sola razón: Nicaragua no permitía la libertad de culto; la Iglesia católica dominaba todo el “mercado” de la fe.
Aquellos pioneros de la Iglesia evangélica cumplían al pie de la letra aquel mandato que desde el Nuevo Testamento les ordenaba: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” Pero en Nicaragua tenían que vencer el monopolio del catolicismo, una iglesia ortodoxa, vertical, con una prédica basada en el temor como aspiración al paraíso, que controlaba todos los ámbitos de la vida de los nicaragüenses: la fe, la educación, los cementerios, el comportamiento personal y hasta la política. Los pastores y convertidos eran catalogados como “herejes” y, según el pastor Augusto Marenco, la Iglesia Católica no permitía que fueran enterrados en los cementerios.
Si aquellos primeros evangélicos nicaragüenses pudieran levantar la cabeza hoy, se sentirían satisfechos. Y tal vez mirarían con una sonrisa socarrona en el rostro a la jerarquía católica. La Iglesia Evangélica es la segunda en importancia en Nicaragua, mientras que la Católica sufre una sangría de feligreses. En cien años de existencia en el país la Iglesia Evangélica ha crecido tanto, que en cada barrio o pueblo, por muy pequeño o pobre que sean, se encuentra un templo evangélico. Y también cuentan con radios, universidades, escuelas, librerías e imprentas, ONG y más de 400 denominaciones. Y según cálculos de algunos líderes evangélicos, 35 de cada 100 nicaragüenses pertenecen a una de esas denominaciones. “Todo un plan social de desarrollo”, en palabras del pastor Marenco, quien afirma que “la Iglesia Evangélica tiene el capital social para determinar el futuro del país”.
Un siglo después de la llegada de aquellos primeros evangélicos, el “mercado” de la fe en Nicaragua goza de sana competencia.
2. “Yo tengo gozo en mi alma” - Una noche lluviosa de la semana pasada, unas 250 personas se congregaron en la iglesia Mi Redentor, de Rubenia, para celebrar el culto de los martes, dedicado en esa ocasión a las mujeres. Afuera el mundo era un caos: la lluvia de mayo comenzaba a caer con furia, la gente corría de un lado a otro buscando refugio del que amenazaba con ser un aguacero, y la autopista, repleta de carros, era un coro de cláxones. Adentro, en el templo, la gente cantaba, gritaba, saltaba, bailaba con las manos alzadas, los ojos cerrados o moviendo la cabeza. Unos se salían del espacio de sus bancas y bailaban al centro del templo. Todos estaban en paroxismo. Parecía más un concierto de rock o una embriagadora fiesta de fin de semana, que un culto religioso. Nadie se preocupaba por el desorden infernal de afuera.
En la tarima central del templo —un inmenso edificio de dos pisos, con bancas situadas en forma pentagonal y enormes ventanas—, unas mujeres vestidas de blanco cantaban y bailaban. Ellas dirigían aquel pandemonio. El ruido de la música lo invadía todo, mezclado con uno u otro amén gritado por los bailarines.
Después de la música vino el silencio que precede a la oración. Una mujer joven tomó el micrófono y con voz fuerte gritó sus peticiones, agradecimientos y bendiciones. Después las mujeres vestidas de blanco bajaron hasta las bancas, y con recipientes forrados de papel morado pidieron el diezmo a los congregados.
“¡Aleluya! ¿Quién vive?”, preguntó más tarde una joven mujer toda vestida de blanco, con una larga falda muy ceñida al cuerpo, que remarcaba sus hermosas caderas. A su pregunta llegó un “¡Cristo!” que venía del público. “¡Gloria a Dios!” “¡Porque Cristo vive, usted vive!”, les devolvía la joven. “¡Amén!”
Su discurso fue largo y exaltado, interrumpido por constantes amén y aleluyas. La joven contó que estuvo desempleada, sin oportunidades, pero conoció al Señor y Él le guió el camino: consiguió trabajo y estabilidad. “Cristo me sacó de la miseria, de la desesperación, y esta noche sé que también va a sacar a muchos.” “¿Quién vive?”, lanzaba. “¡Cristo!”, respondía el coro. “¡A su nombre!”, devolvía la joven.
El paroxismo llega atenuado a la oficina de Rodolfo Gómez Gómez, quien está a cargo de esta congregación. Es un hombre bajo de estatura, regordete y moreno. Habla con soltura, con ese acento tan común de los predicadores. Este pastor está contento, los números le cuadran bien, al menos los de la fe: su congregación suma la pasmosa cifra de 1,480 miembros, de los que 320 son niños y 330 jóvenes. Hay 580 mujeres, lo que explica porque ésta, en su templo, es la semana de la mujer.
“Las bases de la Iglesia Católica están siendo estremecidas”, dice, sonriente, el pastor Gómez. “La Iglesia llamaría más la atención si aceptara que sus mitos y dogmas no tienen fundamento bíblico”, explica. “Nosotros hemos aprovechado la incertidumbre política, económica y social del país. Hemos llenado un enorme vacío”, afirma orgulloso.
Gómez Gómez dice que “aceptó” a Dios el 23 de febrero de 1981, después de una vida entregado al alcohol, el cigarro, las farras y “las mujeres”. Después, también, “de ser católico, apostólico, romano”. Dice que en la fe evangélica encontró “la respuesta” a sus necesidades espirituales, y que después de aquella “aceptación” su posición dentro de su iglesia ha ido en ascenso. Hasta regentar este templo que él mismo dice que muchos catalogan como “iglesia de ricos”, aunque rápidamente explica que aquí son aceptados “hermanos” de todos los niveles. Probablemente. El edificio es una maciza construcción de lujo, con llamativas letras doradas que anuncian su nombre en la entrada, un amplio parqueo donde hay finos carros, últimos modelos y hasta marcas europeas. Hay escuela y clínica, donde, según el pastor, se atiende a gente sin recursos. Todo un complejo fortalecido en 29 años y que se mantiene —“gloria a Dios”, dice el pastor— en constante crecimiento.
Entre los parroquianos que esta noche han cantado, orado y gritado amén, está Raquel Mayorga, una delgadísima mujer vestida —cómo podía ser diferente— de blanco. De la cabeza a los pies. Cuando se le pregunta la edad, frunce el ceño y luego de una pausa lanza, desafiante: “¿usted cuánto cree que tengo. ¡37 años!”, se responde ella misma. Raquel también fue católica, hasta que visitó, gracias a su esposo, este templo evangélico. Aquí se quedó, asegura, porque le gustó la disciplina. Pero sobre todo, explica, porque aquí las mujeres “tenemos libertad”.
“Nosotras salimos a evangelizar, participamos activamente. En la Iglesia Católica todo lo hace el padre, los otros se quedan en la banca. Aquí nosotros estamos en comunión directa con Dios, sin intermediarios”, afirma esta mujer, bautizada junto a su esposo, que dice no faltar a ninguno de los cultos. Aquí está esta noche lluviosa. Noche de caos. Y de paroxismo religioso. Raquel, nombre bíblico, recibe a la gente en la entrada. Canta. Ora. Y dice: “me encanta” hacerlo.
3. Una religión que crece y crece - Felipina Centeno tiene 60 años y vive en la Zona Seis de Ciudad Sandino. Desde hace siete años dejó de ser católica, de las fervientes, para convertirse en evangélica, de las fervientes. En su humilde casa de la Zona Seis, cerca del fogón donde todos los días desde las cuatro de la mañana echa unas 200 tortillas, Felipina cuenta que ella se aferró al catolicismo como salida a la soledad en que la dejó la muerte de su esposo, hace ya 15 años.
Felipina se unió a un grupo catecúmeno y asistía todos los días a la iglesia. La limpiaba, enfloraba, participaba en todas las actividades. Pero su condición de pobreza la alejó del catolicismo, dice. En una ocasión, el grupo al que Felipina pertenecía preparaba un festejo, por lo que cada miembro tendría que entregar una colaboración económica. Felipina, que asistía con tres de sus cinco hijos a la iglesia, no tenía dinero para entregar su cuota. La encargada de reunir la plata señaló que era la única del grupo que no había dado su parte. La vergüenza fue demasiado para Felipina, que decidió no regresar al templo.
“Al salirme de la iglesia me sentí sola. Pero cerca de donde vivía escuché las celebraciones evangélicas, los cantos, las oraciones, y me gustó”, dice. “Me sentía necesitada de Dios y me acerqué”, agrega.
Desde entonces Felipina no ha dejado la Iglesia Evangélica. Aquí, en la Zona Seis de Ciudad Sandino, asiste todos los días a su templo, Pentecostes La Luz del Mundo, uno de los cinco que se cuentan en el perímetro de la casa de esta mujer. Felipina es activa en su iglesia: predica a los vecinos, visita a los enfermos, asiste a los cultos. “No puedo salirme”, dice, “porque es Dios el que me ha llamado”.
Ese “llamado” que menciona Felipina lo han “escuchado” miles de nicaragüenses. El censo de 2005 muestra que el 22 por ciento de la población censada afirmaba ser evangélica, mientras que la que se definía como católica representaba el 58 por ciento de la población. Una década antes, en el censo de 1995, los nicaragüenses que se definían católicos ascendían al 72 por ciento de la población. Y las cifras siguen descendiendo.
Manuel Ortega, sociólogo e investigador de la UCA que ha estudiado ampliamente el fenómeno religioso en el país, explica que Nicaragua es el país de América Latina que más ha registrado la disminución de creyentes católicos, que ha sido más fuerte desde 1995, coincidiendo con el fortalecimiento de la Iglesia Evangélica. Pero además se registra un aumento de personas que se declaran sin religión (16 por ciento según el censo de 2005) u otros que se autodenominan creyentes sin institución.
“Se experimenta crecimiento de la cultura protestante en el país. Hay cada vez más gente que dice que no necesita religión para manejar su creencia”, dice Ortega.
El investigador afirma que el aumento de la religión evangélica en el país se debe a factores como la pobreza, la ortodoxia y verticalismo de la Iglesia Católica, el aumento de la educación y el discurso sencillo que ofrece la Iglesia Evangélica a sus feligreses.
“Hay una interpretación muy literal de la Biblia. El mensaje es de fuerte impacto. La mayor parte de estas iglesias trabaja con gente de baja formación religiosa y bajos niveles de escolaridad, por lo que no hay mucho cuestionamiento. El culto evangélico no está formalizado, se parece más a la fiesta del pueblo y eso lo hace muy atractivo”, explica Ortega.
Ortega agrega: “La Iglesia Católica es muy jerárquica. Su discurso lleva siglos de elaboración teológica y es más complejo. La Iglesia Evangélica tiene una oferta de sanación, ofrece un cambio en la condición de pobreza, dicen que no sólo se va a sanar, sino que van a tener riqueza, y eso para un enfermo o desempleado es una oferta irresistible”.
Felipina Centeno lo tiene claro: Si estás con Dios, dice, Él se encarga de que no haga falta nada. Si estoy con Él, agrega, lo tengo todo.
4. Contacto directo con Dios - Augusto Marenco es el pastor general del Ministerio Apostolar Centro Cristiano. Es un hombre moreno, bajo de estatura, menudo. Pero a pesar de su apariencia es un hombre que muestra poder dentro de la Iglesia Evangélica. Él está consciente del gran crecimiento de este movimiento cristiano, pues los líderes como él, dice, tienen grandes planes en el país, que no excluye la política, aunque no quiere comentar de esos planes, a pesar de mi insistencia.
En cambio, no tiene problemas en hablar de lo que él llama la metodología que ha usado la Iglesia Evangélica para expandirse y aprovechar la “hemorragia” de fieles que sufre la Iglesia Católica:
“La Iglesia Evangélica se acerca más a la gente, tenemos una pastoral más dinámica, el liderazgo descansa sobre todos los miembros, no sólo en un líder. Atendemos a la gente en pequeños grupos, por lo que la gente siente que es más que un número. Tenemos una forma de culto más llamativa, más antiestrés: música, actividades, predicadores. Nuestro sistema no es catedral, donde la gente llega a un lugar a recibir cátedra, un sermón y después nos vemos hasta el próximo domingo. La Iglesia Evangélica está dispersa en organizaciones pequeñas, nosotros vamos a buscar a la gente. Estamos en los barrios, donde hay hambre, donde hay miseria. Estamos más interesados en la vida de la gente y sus necesidades”.
¿Y la Iglesia Católica? Para la teóloga Michell Najlis el problema no es tanto de aislamiento por parte de la Iglesia Católica, que, afirma, también trabaja en zonas muy pobres, ayudando a comunidades necesitadas. El problema, dice Najlis por teléfono, es el proceso de involución que sufre la Iglesia, que se hace más conservadora, dogmática y “viola los derechos humanos de las mujeres”. Está, también, el verticalismo y la jerarquía católica, contra la forma democrática de los evangélicos: “si una persona quiere ser pastor, lo puede ser”, explica.
El secreto, sin embargo, radica en algo más sencillo. “La gente busca iglesias que les den más sentido de identidad, más apoyo. Una iglesia que no necesite de mucha teología y en las que se puedan expresas las emociones. En la Iglesia Evangélica la gente se siente más amparada con un Dios todopoderoso, la gente tiene comunicación directa con el Espíritu Santo”, dice Najlis.
5. La Iglesia, en el ojo del huracán - Mick Waters, es un irlandés que de joven emigró a Inglaterra. Se fue a aquel país horrorizado. Él fue internado en un claustro de la Congregación de los Hermanos Cristianos, en Dublín, una organización católica recientemente acusada de cometer abusos físicos y sexuales sobre miles de niños pobres, que eran internados en esa escuela. En una amplia entrevista en el diario español El País, Waters contó su espeluznante experiencia:
“Yo estaba traumatizado en Artane. No estaba acostumbrado a una escuela con 850 niños, enorme, un viejo castillo oscuro y muy frío, un lugar muy hostil. Sentía un vacío absoluto. Nunca te veían como a un niño pequeño. Te enfrentabas a todo tipo de castigos corporales. Te golpeaban en las manos o en el trasero, te retorcían el cuello, había todo tipo de castigos. Te pegaban con cualquier cosa. Lo hacían para que te conformaras. Aquellos enormes dormitorios con 250 niños tenían una habitación de castigo y se oían los gritos de los niños llorando de horror y dolor. Los gritos se extendían por todo el dormitorio y eran otra forma de meternos el miedo en el cuerpo. Y abusaban sexualmente de los niños, les degradaban sexualmente enfrente de los otros niños. De mí también abusaron sexualmente.
Cuando eres un niño no comprendes los abusos sexuales. No sabes lo que es el sexo. Pero en el fondo del corazón sabías que era algo malo. Hay cosas que no comprendes pero sabes que son algo terrible.”
Historias como la de Waters se multiplicaron por miles en Irlanda, hasta sumar unas 25 mil denuncias de abusos cometidos a menores por la Iglesia Católica. Un escándalo que estremeció a la institución y dañó, tal vez para siempre, su imagen.
A esto se une la controversia por el tema del celibato de los sacerdotes, que en los últimos meses ha estado en el centro del debate sobre religión, principalmente desde que se conoció que el presidente paraguayo y ex sacerdote católico Fernando Lugo, mantuvo relaciones sexuales con jóvenes mujeres mientras aún era religioso. De esas relaciones nacieron dos hijos, aunque el Presidente sólo ha confirmado en uno de los casos su paternidad, y ha pedido disculpas por su comportamiento.
El otro caso llamativo es el del padre Alberto Cutié, un sacerdote tan famoso como cualquier estrella de telenovelas, a quien una revista del corazón fotografío metiendo mano a una esbelta mujer en la playa. Debido al escándalo, el sacerdote confirmó su relación con la mujer y pidió disculpas a sus feligreses.
Estos escándalos tal vez no hagan que la Iglesia se hunda, como afirmó el padre Bernardo Hombach, obispo de la diócesis de Granada, pero han significado un duro golpe a la institución y, como explica Michell Najlis, han creado la idea de que “en el seno de la Iglesia hay gente que no cumple con sus prescripciones”.
“El celibato y la pederastia escandalizan la conciencia de los creyentes. Hay falta de coherencia entre lo que se predica y lo que se hace”, agrega Manuel Ortega.
6. El secreto está en los laicos - Los números no le cuadran a la Iglesia Católica. Una reciente encuesta de la firma M&R Consultores, muestran que en Nicaragua la Iglesia va perdiendo terreno: según el sondeo, 54.4 por ciento de los nicaragüenses se define como católico, mientras que hace una década el 90 por ciento de la población del país afirmaba serlo.
El vicario general de la pastoral de la Arquidiócesis de Managua, monseñor Miguel Mántica, tomó esos números con relativismo: “Los números son bastante inciertos. Yo no dudo que la encuesta se ha hecho de manera profesional, pero sí creo que no se deben tomar los números de esa manera, así no más”, dijo.
El sociólogo Manuel Ortega dice que la Iglesia está alarmada. En América Latina el promedio de disminución de los fieles católicos es del 16 por ciento, un fenómeno que, afirma este experto, se está dando de manera más pronunciada en Nicaragua. Ortega, por lo tanto, dice que a la Iglesia le queda mucho trabajo por hacer para contrarrestar esa tendencia. Entre sus recomendaciones están el reforzamiento del trabajo pastoral, disminuir la participación en política de la Iglesia, que, explica Ortega, ha tenido altos costos para la institución: “los creyentes entran en conflicto por eso”, explica.
Ortega, sin embargo, advierte que la reducción de católicos “es una tendencia que se va a mantener”.
Pero tal vez el secreto para evitar la sangría de fieles esté justo frente a las narices de la institución. El padre jesuita Fernando Cardenal dice que son los laicos la tabla de salvación. El sacerdote explica que la Iglesia debería permitir que sean los mismos fieles quienes ayuden a distribuir la comunión, a evangelizar.
Cardenal pone como ejemplo el caso del sacerdote Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, México, cuya diócesis contaba con una enorme población indígena. El padre Ruiz escogía a laicos de su diócesis y los preparaba para que lo apoyaran en su trabajo pastoral. El obispo los ordenaba como diáconos y así se fue formando una iglesia indígena que fortaleció la diócesis. El trabajo de esos diáconos era preparar a los niños para la comunión, a los novios para el casamiento, a los padres para el bautizo de sus hijos.
“Tenemos parecido con Chiapas, por los enormes territorios de la Iglesia, pero no hemos adoptado las líneas establecidas en Chiapas. Esa sería una buena solución para la reducción de feligreses”, dice Cardenal.
7. Al final, un sólo Dios - Judith Trujillo tiene 19 años y es estudiante de primer año de Administración de Empresas. Una hermosa muchacha delgada, de cabello castaño, de ojos claros, que esta mañana lluviosa atrae las miradas de sus compañeros de estudio, que no dudan en decirle “guapa” o “linda” mientras posa para el lente del fotógrafo.
Judith es católica y forma parte de un grupo de jóvenes que llama carismáticos, al que pertenece desde hace tres años. Para Trujillo no existe discusión sobre a cuál iglesia pertenecer, a pesar de que es católica, afirma que “no importa la iglesia en la que estés, lo que importa es creer en Dios”.
La misma opinión comparte Oscar Molina, joven administrador de 24 años, quien regenta su propia empresa. Molina forma parte de un grupo interdenominacional, al que pertenecen jóvenes católicos y evangélicos. Este grupo forma líderes con valores cristianos, y Oscar dice que no importan las diferencias entre las iglesias. “Al final todos llegamos a la conclusión que creemos en el mismo Dios”, dice.
¿Le interesa a los jóvenes la fe? Óscar y Judith dicen que sí. Si bien existen otros intereses, la religión forma parte importante de un gran porcentaje de la nueva generación. “La mayoría de los jóvenes tienen interés por la fe. Están abiertos a escuchar. No existe apatía ante la fe”, dice Oscar. “Como todo joven, siempre queremos divertirnos, pero cuando se trata de orar, ponemos la fe en un solo Dios”, agrega Judith.
El objetivo de aquellos hombres, sin embargo, no era el comercio de las Escrituras. Eran los primeros predicadores evangélicos que llegaron al país a fundar su iglesia. Iban disfrazados por una sola razón: Nicaragua no permitía la libertad de culto; la Iglesia católica dominaba todo el “mercado” de la fe.
Aquellos pioneros de la Iglesia evangélica cumplían al pie de la letra aquel mandato que desde el Nuevo Testamento les ordenaba: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” Pero en Nicaragua tenían que vencer el monopolio del catolicismo, una iglesia ortodoxa, vertical, con una prédica basada en el temor como aspiración al paraíso, que controlaba todos los ámbitos de la vida de los nicaragüenses: la fe, la educación, los cementerios, el comportamiento personal y hasta la política. Los pastores y convertidos eran catalogados como “herejes” y, según el pastor Augusto Marenco, la Iglesia Católica no permitía que fueran enterrados en los cementerios.
Si aquellos primeros evangélicos nicaragüenses pudieran levantar la cabeza hoy, se sentirían satisfechos. Y tal vez mirarían con una sonrisa socarrona en el rostro a la jerarquía católica. La Iglesia Evangélica es la segunda en importancia en Nicaragua, mientras que la Católica sufre una sangría de feligreses. En cien años de existencia en el país la Iglesia Evangélica ha crecido tanto, que en cada barrio o pueblo, por muy pequeño o pobre que sean, se encuentra un templo evangélico. Y también cuentan con radios, universidades, escuelas, librerías e imprentas, ONG y más de 400 denominaciones. Y según cálculos de algunos líderes evangélicos, 35 de cada 100 nicaragüenses pertenecen a una de esas denominaciones. “Todo un plan social de desarrollo”, en palabras del pastor Marenco, quien afirma que “la Iglesia Evangélica tiene el capital social para determinar el futuro del país”.
Un siglo después de la llegada de aquellos primeros evangélicos, el “mercado” de la fe en Nicaragua goza de sana competencia.
2. “Yo tengo gozo en mi alma” - Una noche lluviosa de la semana pasada, unas 250 personas se congregaron en la iglesia Mi Redentor, de Rubenia, para celebrar el culto de los martes, dedicado en esa ocasión a las mujeres. Afuera el mundo era un caos: la lluvia de mayo comenzaba a caer con furia, la gente corría de un lado a otro buscando refugio del que amenazaba con ser un aguacero, y la autopista, repleta de carros, era un coro de cláxones. Adentro, en el templo, la gente cantaba, gritaba, saltaba, bailaba con las manos alzadas, los ojos cerrados o moviendo la cabeza. Unos se salían del espacio de sus bancas y bailaban al centro del templo. Todos estaban en paroxismo. Parecía más un concierto de rock o una embriagadora fiesta de fin de semana, que un culto religioso. Nadie se preocupaba por el desorden infernal de afuera.
En la tarima central del templo —un inmenso edificio de dos pisos, con bancas situadas en forma pentagonal y enormes ventanas—, unas mujeres vestidas de blanco cantaban y bailaban. Ellas dirigían aquel pandemonio. El ruido de la música lo invadía todo, mezclado con uno u otro amén gritado por los bailarines.
Después de la música vino el silencio que precede a la oración. Una mujer joven tomó el micrófono y con voz fuerte gritó sus peticiones, agradecimientos y bendiciones. Después las mujeres vestidas de blanco bajaron hasta las bancas, y con recipientes forrados de papel morado pidieron el diezmo a los congregados.
“¡Aleluya! ¿Quién vive?”, preguntó más tarde una joven mujer toda vestida de blanco, con una larga falda muy ceñida al cuerpo, que remarcaba sus hermosas caderas. A su pregunta llegó un “¡Cristo!” que venía del público. “¡Gloria a Dios!” “¡Porque Cristo vive, usted vive!”, les devolvía la joven. “¡Amén!”
Su discurso fue largo y exaltado, interrumpido por constantes amén y aleluyas. La joven contó que estuvo desempleada, sin oportunidades, pero conoció al Señor y Él le guió el camino: consiguió trabajo y estabilidad. “Cristo me sacó de la miseria, de la desesperación, y esta noche sé que también va a sacar a muchos.” “¿Quién vive?”, lanzaba. “¡Cristo!”, respondía el coro. “¡A su nombre!”, devolvía la joven.
El paroxismo llega atenuado a la oficina de Rodolfo Gómez Gómez, quien está a cargo de esta congregación. Es un hombre bajo de estatura, regordete y moreno. Habla con soltura, con ese acento tan común de los predicadores. Este pastor está contento, los números le cuadran bien, al menos los de la fe: su congregación suma la pasmosa cifra de 1,480 miembros, de los que 320 son niños y 330 jóvenes. Hay 580 mujeres, lo que explica porque ésta, en su templo, es la semana de la mujer.
“Las bases de la Iglesia Católica están siendo estremecidas”, dice, sonriente, el pastor Gómez. “La Iglesia llamaría más la atención si aceptara que sus mitos y dogmas no tienen fundamento bíblico”, explica. “Nosotros hemos aprovechado la incertidumbre política, económica y social del país. Hemos llenado un enorme vacío”, afirma orgulloso.
Gómez Gómez dice que “aceptó” a Dios el 23 de febrero de 1981, después de una vida entregado al alcohol, el cigarro, las farras y “las mujeres”. Después, también, “de ser católico, apostólico, romano”. Dice que en la fe evangélica encontró “la respuesta” a sus necesidades espirituales, y que después de aquella “aceptación” su posición dentro de su iglesia ha ido en ascenso. Hasta regentar este templo que él mismo dice que muchos catalogan como “iglesia de ricos”, aunque rápidamente explica que aquí son aceptados “hermanos” de todos los niveles. Probablemente. El edificio es una maciza construcción de lujo, con llamativas letras doradas que anuncian su nombre en la entrada, un amplio parqueo donde hay finos carros, últimos modelos y hasta marcas europeas. Hay escuela y clínica, donde, según el pastor, se atiende a gente sin recursos. Todo un complejo fortalecido en 29 años y que se mantiene —“gloria a Dios”, dice el pastor— en constante crecimiento.
Entre los parroquianos que esta noche han cantado, orado y gritado amén, está Raquel Mayorga, una delgadísima mujer vestida —cómo podía ser diferente— de blanco. De la cabeza a los pies. Cuando se le pregunta la edad, frunce el ceño y luego de una pausa lanza, desafiante: “¿usted cuánto cree que tengo. ¡37 años!”, se responde ella misma. Raquel también fue católica, hasta que visitó, gracias a su esposo, este templo evangélico. Aquí se quedó, asegura, porque le gustó la disciplina. Pero sobre todo, explica, porque aquí las mujeres “tenemos libertad”.
“Nosotras salimos a evangelizar, participamos activamente. En la Iglesia Católica todo lo hace el padre, los otros se quedan en la banca. Aquí nosotros estamos en comunión directa con Dios, sin intermediarios”, afirma esta mujer, bautizada junto a su esposo, que dice no faltar a ninguno de los cultos. Aquí está esta noche lluviosa. Noche de caos. Y de paroxismo religioso. Raquel, nombre bíblico, recibe a la gente en la entrada. Canta. Ora. Y dice: “me encanta” hacerlo.
3. Una religión que crece y crece - Felipina Centeno tiene 60 años y vive en la Zona Seis de Ciudad Sandino. Desde hace siete años dejó de ser católica, de las fervientes, para convertirse en evangélica, de las fervientes. En su humilde casa de la Zona Seis, cerca del fogón donde todos los días desde las cuatro de la mañana echa unas 200 tortillas, Felipina cuenta que ella se aferró al catolicismo como salida a la soledad en que la dejó la muerte de su esposo, hace ya 15 años.
Felipina se unió a un grupo catecúmeno y asistía todos los días a la iglesia. La limpiaba, enfloraba, participaba en todas las actividades. Pero su condición de pobreza la alejó del catolicismo, dice. En una ocasión, el grupo al que Felipina pertenecía preparaba un festejo, por lo que cada miembro tendría que entregar una colaboración económica. Felipina, que asistía con tres de sus cinco hijos a la iglesia, no tenía dinero para entregar su cuota. La encargada de reunir la plata señaló que era la única del grupo que no había dado su parte. La vergüenza fue demasiado para Felipina, que decidió no regresar al templo.
“Al salirme de la iglesia me sentí sola. Pero cerca de donde vivía escuché las celebraciones evangélicas, los cantos, las oraciones, y me gustó”, dice. “Me sentía necesitada de Dios y me acerqué”, agrega.
Desde entonces Felipina no ha dejado la Iglesia Evangélica. Aquí, en la Zona Seis de Ciudad Sandino, asiste todos los días a su templo, Pentecostes La Luz del Mundo, uno de los cinco que se cuentan en el perímetro de la casa de esta mujer. Felipina es activa en su iglesia: predica a los vecinos, visita a los enfermos, asiste a los cultos. “No puedo salirme”, dice, “porque es Dios el que me ha llamado”.
Ese “llamado” que menciona Felipina lo han “escuchado” miles de nicaragüenses. El censo de 2005 muestra que el 22 por ciento de la población censada afirmaba ser evangélica, mientras que la que se definía como católica representaba el 58 por ciento de la población. Una década antes, en el censo de 1995, los nicaragüenses que se definían católicos ascendían al 72 por ciento de la población. Y las cifras siguen descendiendo.
Manuel Ortega, sociólogo e investigador de la UCA que ha estudiado ampliamente el fenómeno religioso en el país, explica que Nicaragua es el país de América Latina que más ha registrado la disminución de creyentes católicos, que ha sido más fuerte desde 1995, coincidiendo con el fortalecimiento de la Iglesia Evangélica. Pero además se registra un aumento de personas que se declaran sin religión (16 por ciento según el censo de 2005) u otros que se autodenominan creyentes sin institución.
“Se experimenta crecimiento de la cultura protestante en el país. Hay cada vez más gente que dice que no necesita religión para manejar su creencia”, dice Ortega.
El investigador afirma que el aumento de la religión evangélica en el país se debe a factores como la pobreza, la ortodoxia y verticalismo de la Iglesia Católica, el aumento de la educación y el discurso sencillo que ofrece la Iglesia Evangélica a sus feligreses.
“Hay una interpretación muy literal de la Biblia. El mensaje es de fuerte impacto. La mayor parte de estas iglesias trabaja con gente de baja formación religiosa y bajos niveles de escolaridad, por lo que no hay mucho cuestionamiento. El culto evangélico no está formalizado, se parece más a la fiesta del pueblo y eso lo hace muy atractivo”, explica Ortega.
Ortega agrega: “La Iglesia Católica es muy jerárquica. Su discurso lleva siglos de elaboración teológica y es más complejo. La Iglesia Evangélica tiene una oferta de sanación, ofrece un cambio en la condición de pobreza, dicen que no sólo se va a sanar, sino que van a tener riqueza, y eso para un enfermo o desempleado es una oferta irresistible”.
Felipina Centeno lo tiene claro: Si estás con Dios, dice, Él se encarga de que no haga falta nada. Si estoy con Él, agrega, lo tengo todo.
4. Contacto directo con Dios - Augusto Marenco es el pastor general del Ministerio Apostolar Centro Cristiano. Es un hombre moreno, bajo de estatura, menudo. Pero a pesar de su apariencia es un hombre que muestra poder dentro de la Iglesia Evangélica. Él está consciente del gran crecimiento de este movimiento cristiano, pues los líderes como él, dice, tienen grandes planes en el país, que no excluye la política, aunque no quiere comentar de esos planes, a pesar de mi insistencia.
En cambio, no tiene problemas en hablar de lo que él llama la metodología que ha usado la Iglesia Evangélica para expandirse y aprovechar la “hemorragia” de fieles que sufre la Iglesia Católica:
“La Iglesia Evangélica se acerca más a la gente, tenemos una pastoral más dinámica, el liderazgo descansa sobre todos los miembros, no sólo en un líder. Atendemos a la gente en pequeños grupos, por lo que la gente siente que es más que un número. Tenemos una forma de culto más llamativa, más antiestrés: música, actividades, predicadores. Nuestro sistema no es catedral, donde la gente llega a un lugar a recibir cátedra, un sermón y después nos vemos hasta el próximo domingo. La Iglesia Evangélica está dispersa en organizaciones pequeñas, nosotros vamos a buscar a la gente. Estamos en los barrios, donde hay hambre, donde hay miseria. Estamos más interesados en la vida de la gente y sus necesidades”.
¿Y la Iglesia Católica? Para la teóloga Michell Najlis el problema no es tanto de aislamiento por parte de la Iglesia Católica, que, afirma, también trabaja en zonas muy pobres, ayudando a comunidades necesitadas. El problema, dice Najlis por teléfono, es el proceso de involución que sufre la Iglesia, que se hace más conservadora, dogmática y “viola los derechos humanos de las mujeres”. Está, también, el verticalismo y la jerarquía católica, contra la forma democrática de los evangélicos: “si una persona quiere ser pastor, lo puede ser”, explica.
El secreto, sin embargo, radica en algo más sencillo. “La gente busca iglesias que les den más sentido de identidad, más apoyo. Una iglesia que no necesite de mucha teología y en las que se puedan expresas las emociones. En la Iglesia Evangélica la gente se siente más amparada con un Dios todopoderoso, la gente tiene comunicación directa con el Espíritu Santo”, dice Najlis.
5. La Iglesia, en el ojo del huracán - Mick Waters, es un irlandés que de joven emigró a Inglaterra. Se fue a aquel país horrorizado. Él fue internado en un claustro de la Congregación de los Hermanos Cristianos, en Dublín, una organización católica recientemente acusada de cometer abusos físicos y sexuales sobre miles de niños pobres, que eran internados en esa escuela. En una amplia entrevista en el diario español El País, Waters contó su espeluznante experiencia:
“Yo estaba traumatizado en Artane. No estaba acostumbrado a una escuela con 850 niños, enorme, un viejo castillo oscuro y muy frío, un lugar muy hostil. Sentía un vacío absoluto. Nunca te veían como a un niño pequeño. Te enfrentabas a todo tipo de castigos corporales. Te golpeaban en las manos o en el trasero, te retorcían el cuello, había todo tipo de castigos. Te pegaban con cualquier cosa. Lo hacían para que te conformaras. Aquellos enormes dormitorios con 250 niños tenían una habitación de castigo y se oían los gritos de los niños llorando de horror y dolor. Los gritos se extendían por todo el dormitorio y eran otra forma de meternos el miedo en el cuerpo. Y abusaban sexualmente de los niños, les degradaban sexualmente enfrente de los otros niños. De mí también abusaron sexualmente.
Cuando eres un niño no comprendes los abusos sexuales. No sabes lo que es el sexo. Pero en el fondo del corazón sabías que era algo malo. Hay cosas que no comprendes pero sabes que son algo terrible.”
Historias como la de Waters se multiplicaron por miles en Irlanda, hasta sumar unas 25 mil denuncias de abusos cometidos a menores por la Iglesia Católica. Un escándalo que estremeció a la institución y dañó, tal vez para siempre, su imagen.
A esto se une la controversia por el tema del celibato de los sacerdotes, que en los últimos meses ha estado en el centro del debate sobre religión, principalmente desde que se conoció que el presidente paraguayo y ex sacerdote católico Fernando Lugo, mantuvo relaciones sexuales con jóvenes mujeres mientras aún era religioso. De esas relaciones nacieron dos hijos, aunque el Presidente sólo ha confirmado en uno de los casos su paternidad, y ha pedido disculpas por su comportamiento.
El otro caso llamativo es el del padre Alberto Cutié, un sacerdote tan famoso como cualquier estrella de telenovelas, a quien una revista del corazón fotografío metiendo mano a una esbelta mujer en la playa. Debido al escándalo, el sacerdote confirmó su relación con la mujer y pidió disculpas a sus feligreses.
Estos escándalos tal vez no hagan que la Iglesia se hunda, como afirmó el padre Bernardo Hombach, obispo de la diócesis de Granada, pero han significado un duro golpe a la institución y, como explica Michell Najlis, han creado la idea de que “en el seno de la Iglesia hay gente que no cumple con sus prescripciones”.
“El celibato y la pederastia escandalizan la conciencia de los creyentes. Hay falta de coherencia entre lo que se predica y lo que se hace”, agrega Manuel Ortega.
6. El secreto está en los laicos - Los números no le cuadran a la Iglesia Católica. Una reciente encuesta de la firma M&R Consultores, muestran que en Nicaragua la Iglesia va perdiendo terreno: según el sondeo, 54.4 por ciento de los nicaragüenses se define como católico, mientras que hace una década el 90 por ciento de la población del país afirmaba serlo.
El vicario general de la pastoral de la Arquidiócesis de Managua, monseñor Miguel Mántica, tomó esos números con relativismo: “Los números son bastante inciertos. Yo no dudo que la encuesta se ha hecho de manera profesional, pero sí creo que no se deben tomar los números de esa manera, así no más”, dijo.
El sociólogo Manuel Ortega dice que la Iglesia está alarmada. En América Latina el promedio de disminución de los fieles católicos es del 16 por ciento, un fenómeno que, afirma este experto, se está dando de manera más pronunciada en Nicaragua. Ortega, por lo tanto, dice que a la Iglesia le queda mucho trabajo por hacer para contrarrestar esa tendencia. Entre sus recomendaciones están el reforzamiento del trabajo pastoral, disminuir la participación en política de la Iglesia, que, explica Ortega, ha tenido altos costos para la institución: “los creyentes entran en conflicto por eso”, explica.
Ortega, sin embargo, advierte que la reducción de católicos “es una tendencia que se va a mantener”.
Pero tal vez el secreto para evitar la sangría de fieles esté justo frente a las narices de la institución. El padre jesuita Fernando Cardenal dice que son los laicos la tabla de salvación. El sacerdote explica que la Iglesia debería permitir que sean los mismos fieles quienes ayuden a distribuir la comunión, a evangelizar.
Cardenal pone como ejemplo el caso del sacerdote Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, México, cuya diócesis contaba con una enorme población indígena. El padre Ruiz escogía a laicos de su diócesis y los preparaba para que lo apoyaran en su trabajo pastoral. El obispo los ordenaba como diáconos y así se fue formando una iglesia indígena que fortaleció la diócesis. El trabajo de esos diáconos era preparar a los niños para la comunión, a los novios para el casamiento, a los padres para el bautizo de sus hijos.
“Tenemos parecido con Chiapas, por los enormes territorios de la Iglesia, pero no hemos adoptado las líneas establecidas en Chiapas. Esa sería una buena solución para la reducción de feligreses”, dice Cardenal.
7. Al final, un sólo Dios - Judith Trujillo tiene 19 años y es estudiante de primer año de Administración de Empresas. Una hermosa muchacha delgada, de cabello castaño, de ojos claros, que esta mañana lluviosa atrae las miradas de sus compañeros de estudio, que no dudan en decirle “guapa” o “linda” mientras posa para el lente del fotógrafo.
Judith es católica y forma parte de un grupo de jóvenes que llama carismáticos, al que pertenece desde hace tres años. Para Trujillo no existe discusión sobre a cuál iglesia pertenecer, a pesar de que es católica, afirma que “no importa la iglesia en la que estés, lo que importa es creer en Dios”.
La misma opinión comparte Oscar Molina, joven administrador de 24 años, quien regenta su propia empresa. Molina forma parte de un grupo interdenominacional, al que pertenecen jóvenes católicos y evangélicos. Este grupo forma líderes con valores cristianos, y Oscar dice que no importan las diferencias entre las iglesias. “Al final todos llegamos a la conclusión que creemos en el mismo Dios”, dice.
¿Le interesa a los jóvenes la fe? Óscar y Judith dicen que sí. Si bien existen otros intereses, la religión forma parte importante de un gran porcentaje de la nueva generación. “La mayoría de los jóvenes tienen interés por la fe. Están abiertos a escuchar. No existe apatía ante la fe”, dice Oscar. “Como todo joven, siempre queremos divertirnos, pero cuando se trata de orar, ponemos la fe en un solo Dios”, agrega Judith.