domingo, 27 de diciembre de 2009

Herodes era un aficionado


ESPAÑA.- ( AGENCIALAVOZ.COM ) Los dos primeros capítulos de los evangelios de Mateo y Lucas no tratan de mostrar tanto lo que a Jesús le pasó desde el principio cuanto de mostrar quién es Él desde su origen. Un ejemplo de ello es la narración de Mateo que nos cuenta el origen de Jesús con una perspectiva de Pasión (Mt 2,13-21).


Jesús no ha hecho más que nacer y su presencia desagrada al poder establecido. La hostilidad de Herodes y de los fariseos buscando la muerte del niño prefigura el destino de Jesús en la cruz y las persecuciones de los discípulos en la iglesia naciente. Pero tampoco hay duda alguna acerca de la historicidad de un Herodes sanguinario y criminal que provocó la muerte de niños inocentes en la época de Jesús. Y el alcance trascendental de aquel acontecimiento que mañana, día de los inocentes, conmemoramos nos lleva a reflexionar sobre el valor de aquellos relatos en el tiempo presente.
Debido a la indefensión de los no nacidos, en su silencio, clama al cielo la vida destrozada, literalmente legrada, de muchos más niños eliminados del vientre materno en España (115.812 abortos en 2008) que los niños nacidos asesinados en tiempos de Herodes (probablemente unos 100). Lamentablemente, entre tanto alarde de la defensa de los derechos humanos, hemos entrado en picado en una cultura verdaderamente herodiana donde dirigentes y legisladores se atribuyen derechos que no les pertenecen, pues el derecho a decidir sobre la vida de un niño ya concebido no lo tiene nadie, y tampoco les pertenece el derecho a educar con estos criterios. La nueva ley que entrará en vigor pronto despenaliza el aborto en tantas situaciones que prácticamente lo liberaliza. Sin embargo, la dignidad inalienable de todo ser humano, independientemente de las circunstancias de su concepción (ni siquiera por violación) y de sus posibles malformaciones en su gestación, es un derecho para toda persona y principalmente para los más indefensos, los no nacidos. Cuidar y proteger la vida de todos los seres humanos es un deber moral de la familia, del Estado y de todos los responsables sociales, pues la vida es un don y por eso atentar contra la vida de los no nacidos es un crimen.
Algunos se intentan explicar diciendo que se trata de «garantizar el derecho a la salud sexual y reproductiva para evitar embarazos no deseados». Se diga lo que se diga y se inventen los eufemismos que quieran al más puro estilo nazi, lo cierto es que quitar la vida a un niño no nacido es matar a un ser humano, y no es lo mismo que evitar un embarazo. En todo caso, además de la gravedad del aborto cometido, lo peor es que estamos inmersos en una cultura herodiana en la cual ya se funciona como si nada sucediera cuando alguien decide que un niño con alguna malformación no tiene derecho a la vida y se le hace abortar. Prácticamente ésa es una creencia bastante generalizada, en la que se vive, pero no por ello deja de ser una grave trasgresión de la conciencia, que puede convertir incluso a algunas madres en auténticos Herodes en esta sociedad avanzada, tan avanzada que cuando quiera llorar por sus hijos, no querrá ser consolada porque, literalmente, ya no existen. Entre los llantos más desconsoladores que me he encontrado en la vida se encuentran los llantos de mujeres que han abortado, pues aunque son perdonadas de parte de Dios, a sí mismas no se pueden perdonar.

 
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