Mientras que el Daesh, otros grupos rebeldes y las fuerzas gubernamentales sirias convertían Alepo en una zona de guerra, los yihadistas tomaron varios pueblos de los alrededores. Los pastores cristianos optaron por quedarse en esas localidades, para seguir atendiendo a los fieles.
Además del padre e hijo crucificados, ocho personas más - entre ellas dos mujeres de 29 y 33 años a las que violaron- fueron decapitadas por los terroristas, por no haber renegado de su fe.
Algunos familiares de los cristianos asesinados se encuentran todavía en Siria, ya que no pueden salir porque carecen de fondos y/o documentos legales, que precisan en los controles fronterizos. En muchos casos, sus seres queridos tenían trabajos que eran sus únicas fuentes de ingresos.