Escrito Por :Lic. Carlos Scott
Cuando hablamos de Dios y la obra misionera es indispensable entender que la Misión no es nuestra y no pertenece a ningún proyecto privado. Estamos hablando de la misión de Dios.
( AGENCIALAVOZ ) Durante los siglos anteriores se entendió a la misión en una variedad de formas. Se la interpreta como salvar a los individuos de la condenación eterna, otros la entendían en términos culturales, como introducir a las personas del Oriente o del Sur a las bendiciones y privilegios del Occidente cristiano. Muchas veces se la percibe en categorías eclesiásticas, como la expansión de la Iglesia o de una denominación específica. A veces se la define con referencia a la historia de la salvación, como el proceso por el cual el mundo, de manera evolutiva o por un evento cataclísmico, se transformaría en el Reino de Dios.
Karl Barth se convirtió en uno de los primeros teólogos en articular la misión en términos de una actividad de Dios mismo. Entendió la misión como algo derivado de la misma naturaleza de Dios. Esto la colocó en el contexto de la doctrina de la Trinidad, no de la eclesiología o la soteriología. La doctrina clásica sobre la missio Dei (misión de Dios) como Dios Padre enviando al Hijo, y Dios Padre y el Hijo enviando al Espíritu Santo se amplió para incluir un «movimiento» más: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo enviando a la Iglesia al mundo. La misión es de Dios y el énfasis en la cruz impide cualquier posibilidad de comodidad misionera. La misión es un atributo de Dios. Dios es un Dios misionero. Se concibe la misión, entonces, como un movimiento de Dios hacia el mundo; se concibe a la Iglesia como un instrumento para esa misión. Existe la Iglesia porque existe la misión, y no al revés. La Iglesia es misionera por su misma naturaleza porque «tiene su origen en la misión del Hijo y del Espíritu Santo». Participar de la misión es participar en el movimiento del amor de Dios hacia las personas, porque Dios es fuente de un amor que envía.
«La Iglesia se encuentra al servicio del movimiento de Dios hacia el mundo». En su misión, la Iglesia testifica la plenitud de la promesa del Reino de Dios y participa en la continua lucha de este Reino contra los poderes de la oscuridad y el mal.
El término missio Dei nos ayuda para articular la convicción de que ni la Iglesia ni ningún otro agente humano pueden considerarse como el autor o portador de la misión. La misión es primera y finalmente la obra del Dios trino, Creador, Redentor y Santificador, por causa del mundo; un ministerio en el cual la Iglesia tiene el privilegio de participar. La misión nace en el corazón de Dios. Dios es una fuente de un amor que envía. Este es el sentido más profundo de la misión. Es imposible penetrar más allá; existe la misión sencillamente porque Dios ama a las personas.
Por lo tanto nos acercarnos a definir a la «Misión de Dios (missio Dei) cuando el pueblo de Dios cruza intencionalmente barreras de iglesia a no iglesia, de fe a no fe, para proclamar por palabra y acción el advenimiento del reino de Dios en Jesucristo, a través de la participación de la iglesia en la misión de Dios de reconciliar a las personas con Dios, consigo mismas, unas con otras, y con el mundo, y reunirlas en la iglesia a través del arrepentimiento y la fe en Jesucristo por la obra del Espíritu Santo con miras a la transformación del mundo como una señal de la venida del reino en Jesucristo» (Chuck Van Engen)
La Misión de Dios y la Obra Misionera en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento fue la Escritura de los primeros apóstoles. Es el trasfondo de la mayoría de los conceptos y doctrinas de los escritores del Nuevo Testamento que definía la vida de la iglesia del primer siglo, es decir la misión. El mensaje del Antiguo Testamento es misionero en sí. El hilo que corre a lo largo del Antiguo Testamento es el deseo de Dios de salvar todas las naciones. La misión es el elemento que une y da sentido a los 39 libros. El mensaje del Antiguo Testamento esta referido a la misión transcultural, integral y profética.
En el Pentateuco, vemos el propósito original de Dios para la humanidad, es decir el ideal: Génesis 1 y 2 que fue universal e integral. Luego la caída, la entrada del pecado y sus efectos (Génesis 3-11) de alcance universal e integral. Finalmente vemos la propuesta de Dios en la misión de Israel (la solución) que fue universal, integral y profética.
GENESIS 12.1-3
El Señor le dijo a Abram: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré;
Haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familia de la tierra!”
En Génesis 12.1-3 encontramos el principio de la respuesta que Dios va a dar al contexto de pecado. Va a hacer un pacto, establecer una relación, con un hombre y su familia de entre todas las naciones. Primero lo separa del resto de la comunidad humana (Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, v.1) le promete una tierra (v.1), le promete reestablecer una relación de bendición, de protección, de confianza y de obediencia (v.2), le promete una nueva comunidad (una nación grande, v.2). Básicamente Dios está prometiendo a Abram todo lo que el ser humano había perdido en la caída. En este sentido Israel se convierte en un paradigma, un microcosmos del mundo. Lo que no se había logrado con toda la humanidad, Dios lo estaba estableciendo con un hombre y su familia. Dios enfatiza el horizonte universal, dice que por medio de Abram todas las familias de la tierra serán bendecidas. Orlando Costas describe la elección de Israel como "un llamamiento al servicio de las naciones.El particularismo de la elección tiene el propósito universal en la bendición.
Israel y los Profetas
El problema de Israel es que no cumplió con su misión de ser ejemplo para las naciones. Pensaba que su elección fue un privilegio, que Dios era Su Dios y no el Dios de todo el mundo, que podían vivir en cualquier forma y todavía ganar la aprobación de Dios, que la religión externa era suficiente para agradarlo. Aquí entra el elemento profético en la vida de Israel.
Es muy importante entender que la base del ministerio profético en el Antiguo Testamento descansa en el pacto y especialmente en la renovación del pacto encontrada en Deuteronomio. La voz profética es “volvamos al desierto”. Volvamos a depender de nuestro Dios, reconocerlo, Dios uno es, somos reino de sacerdotes y nación santa a las naciones. Deuteronomio contiene las bendiciones y las maldiciones del pacto (Caps. 27-28). “Si realmente escuchas al Señor tu Dios, y cumples fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno, el SEÑOR te pondrá por encima de todas las naciones” (28.1). Con la obediencia vienen las bendiciones. Estar “por encima de todas las naciones” es un concepto misionero (Ex 19.5). Es ser un especial tesoro para bendecid a las naciones. “Pero debes saber si no obedeces al SEÑOR tu Dios ni cumples fielmente todos los mandamientos y preceptos que hoy te ordeno, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones” (28.15).
Estos capítulos son esenciales para el entendimiento del ministerio profético. Los juicios que pronuncian los profetas antes del exilio tienen que ver con estas maldiciones. Los profetas analizaban el contexto concreto de Israel en un momento histórico y, a la luz de las leyes de Deuteronomio junto a las maldiciones y bendiciones, pronunciaban el juicio sobre el pueblo. El ministerio de los profetas fue más bien de predicación. Los Profetas se han llamado “los guardias del Pacto”, llamando a Israel a volver a la obediencia. Pero también fueron heraldos de las maldiciones del pacto. Podemos ver cómo el exilio fue el cumplimiento de Deuteronomio 28.49-68.
Ezequiel, hablando después del exilio expresa en el capítulo 36.18-32, que Israel por su violencia e idolatría el Señor la había dispersado entre las naciones. Comenta que el Señor va a renovar el pacto, va a dar a conocer su santidad y “las naciones sabrán que yo soy el SEÑOR” (36.23). Todo esto va a llevar un milagro en la vida de Israel (36.24-30).
El deseo del Señor es que todas las naciones lo conozcan. Israel debía ser el modelo, pero fracasó (una fuerza centrípeta y centrífuga). Dios envía a sus Profetas para que Israel vuelva al pacto, a la ley y que anuncien lo que iba a pasar si no obedecían. El horizonte final es bendecid a todas las naciones y sepan que el Señor es Dios. El horizonte de la misión es sumamente transcultural, es decir que tiene que ver con la salvación y la bendición a todas las naciones.
Lic. Carlos Scott es Presidente COMIBAM Internacional