
HOUSTON, Texas-. ( AGENCIALAVOZ ) Dentro del debate sobre la inmigración indocumentada, ellas permanecen prácticamente en silencio, invisibles. Son los cientos de miles de extranjeras, muchas de las cuales se encuentran sin papeles en Estados Unidos, que trabajan en los hogares del país como niñeras, cocineras y sirvientas, cambiando pañales y fregando pisos.
Difícil es defenderlas
Son empleos que representan el último recurso de gente que no tiene muchas opciones. Las afortunadas perciben salarios dignos y labran un futuro promisorio para su familia.Las otras, aisladas y recelosas, sufren una serie sobrecogedora de abusos, desde salarios tan bajos que lindan con la explotación, hasta el abuso sexual. Algunas son obligadas a dormir en armarios, otras reciben amenazas de que serán deportadas si se quejan por el trabajo excesivo.
"Estas personas pueden ser sumamente vulnerables, particularmente si son indocumentadas", dijo Sam Dunning, quien supervisa los programas de justicia social para la arquidiócesis católica de Galveston y Houston. "Si surge cualquier disputa sobre las condiciones de trabajo, ellas tienen muy pocos recursos".Se trata, según palabras de Dunning, de un sector laboral sumido en las sombras y generalmente excluido de la protección estatal y federal.Expertos y activistas coinciden en que crecen las filas de trabajadoras domésticas -las cuales suman probablemente más de un millón-, aunque el cálculo del número exacto y la regulación de sus lugares de trabajo resultan tareas casi imposibles.Los empleadores suelen hacerse de sus servicios sin dejar rastros contractuales para eludir las contribuciones a la Seguridad Social o la atención médica. Muchas indocumentadas prefieren trabajar en la economía subterránea para reducir las probabilidades de deportación.En algunas ciudades, activistas han emprendido campañas para organizar a las trabajadoras domésticas y crear conciencia sobre sus tribulaciones. Pero las tácticas tradicionales de presión de los trabajadores -los contratos colectivos o la amenaza de huelga- simplemente no son viables.Las condiciones de trabajo resultaron tan duras que Tomasa Compeán abandonó un trabajo de sirvienta en Houston, que había tenido durante 18 años. En ese periodo, su paga subió apenas de 30 a 50 dólares diarios, pero sus tareas de limpieza seguían incrementándose y la mujer se sentía presionada para trabajar incluso cuando estaba enferma.
Son empleos que representan el último recurso de gente que no tiene muchas opciones. Las afortunadas perciben salarios dignos y labran un futuro promisorio para su familia.Las otras, aisladas y recelosas, sufren una serie sobrecogedora de abusos, desde salarios tan bajos que lindan con la explotación, hasta el abuso sexual. Algunas son obligadas a dormir en armarios, otras reciben amenazas de que serán deportadas si se quejan por el trabajo excesivo.
"Estas personas pueden ser sumamente vulnerables, particularmente si son indocumentadas", dijo Sam Dunning, quien supervisa los programas de justicia social para la arquidiócesis católica de Galveston y Houston. "Si surge cualquier disputa sobre las condiciones de trabajo, ellas tienen muy pocos recursos".Se trata, según palabras de Dunning, de un sector laboral sumido en las sombras y generalmente excluido de la protección estatal y federal.Expertos y activistas coinciden en que crecen las filas de trabajadoras domésticas -las cuales suman probablemente más de un millón-, aunque el cálculo del número exacto y la regulación de sus lugares de trabajo resultan tareas casi imposibles.Los empleadores suelen hacerse de sus servicios sin dejar rastros contractuales para eludir las contribuciones a la Seguridad Social o la atención médica. Muchas indocumentadas prefieren trabajar en la economía subterránea para reducir las probabilidades de deportación.En algunas ciudades, activistas han emprendido campañas para organizar a las trabajadoras domésticas y crear conciencia sobre sus tribulaciones. Pero las tácticas tradicionales de presión de los trabajadores -los contratos colectivos o la amenaza de huelga- simplemente no son viables.Las condiciones de trabajo resultaron tan duras que Tomasa Compeán abandonó un trabajo de sirvienta en Houston, que había tenido durante 18 años. En ese periodo, su paga subió apenas de 30 a 50 dólares diarios, pero sus tareas de limpieza seguían incrementándose y la mujer se sentía presionada para trabajar incluso cuando estaba enferma.
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